David Mitchell, autor de “El atlas de las nubes”, escribió que: “Si le muestras a alguien algo que has escrito, le das una estaca afilada, te acuestas en tu ataúd y dices: ‘Cuando estés listo’”. Esta declaración puede parecer exagerada, pero no dista mucho de la realidad. Independientemente de la temática, cualquier escritor está expuesto una vez publicado su trabajo, al escrutinio de cientos o miles de personas que sin preocupación alguna darán su opinión sobre la obra. Aún más en la actualidad, en la que no sólo los críticos literarios tienen el micrófono cuando se trata de hablar sobre algún texto: las redes sociales nos permiten a todos compartir nuestro juicio sobre lo que hayamos leído.
No puedo recordar la última vez, que no fuera por mera casualidad, que leí una crítica literaria profesional sobre alguna obra. Mucho menos una que me haya hecho querer leer dicho libro o impulsado que cambiara de opinión. Desde siempre me he guiado por las recomendaciones de personas en las que confío. Hubo un tiempo, en particular en mi infancia, en que las recomendaciones venían del empleado o empleada de la librería después de contarle que libros me habían gustado. Esto, evidentemente, me mantuvo mucho tiempo sólo leyendo fantasía. Después fueron maestras, que me sugirieron géneros nuevos o libros que creían podrían interesarme. Pero desde hace más de 6 años, mis recomendaciones las tomo de YouTube, Goodreads o blogs.
Paso bastante de mi tiempo escuchando y leyendo las recomendaciones de otros lectores que he identificado tienen gustos similares a los míos. Soy muy cuidadosa, especialmente de unos años para acá, de que sean personas que buscan libros que cumplen con cierto estándar, aunque no necesariamente sean libros que suelo leer o leería sin recomendación. Gracias a esto, he podido leer cada vez más diversamente y asegurarme que mi librero refleje la realidad en la que vivo. Sin embargo, después de cada que termino con un libro y tengo que decidir qué calificación ponerle en Goodreads o en mi blog, suelo tener un pequeño dilema.
Hay varios problemas que le encuentro a tener que calificar algunos libros. Hay libros excelentes en todos los aspectos: prosa, trama, personajes, pero que simplemente no disfruto. Hay otros que son todo lo contrario, técnicamente no son buenos, pero algo en su historia o propósito me gustó lo suficiente para querer terminarlo. Hay libros excelentes con temáticas o autores problemáticos. Hay libros que me siento incapaz de calificar, como autobiografías o algunos libros que no son de ficción. Hay libros a los cuales arruino por las grandes expectativas que les tengo, y libros que aunque no me gustaron logran maravillosamente lo que el autor quiso. Y hay libros que cumplen con todas estas características pero que no me cuesta trabajo calificar y recomendar.
Pero independientemente de si decida o no calificar un libro, hablar al respecto o recomendarlo a alguien: los números importan, en particular hoy en día. Puede que yo califique un libro con 5 estrellas únicamente porque me gusta ese autor, y puede que muchos más hagan lo mismo. Eventualmente, el nuevo libro de dicho autor popular se hace aún más popular, vende más libros, pasa más tiempo en las listas de mejor vendidos y se agregan más calificaciones positivas. ¿Esto lo hace un libro excelente? No y aunque fuera así, puede que alguien más lo lea y no le guste. Pero va a seguir vendiendo, inclusive por encima de otras obras o autores que no son bien conocidos y que puede que las reseñas tarden más en llegarles.
Al mismo tiempo, sin embargo, es inevitable querer dar nuestra opinión. Hablar o escribir sobre algo que acabamos de leer que nos gustó, disgustó, desafió, enojó o maravilló, y yo creo que en realidad es importante. Aunque es verdad que gracias a las redes sociales nadamos más en un mar de opiniones que de hechos, la posibilidad de discutir algún texto eleva lo leído y lo hace trascender, nos ayuda a conectar mejor con lo que se escribió, con otros y sus perspectivas, nos permite ampliar nuestros horizontes y, en particular con una actividad como la lectura que puede tomar bastante tiempo en concluir, nos ayuda a valorar más lo que leemos. Son pocas las veces que cuando leo alguna reseña u opinión sobre alguno libro que ya leí, esta no me presenta una nueva perspectiva, una forma diferente de entender el texto que tuve entre mis manos. Eventualmente quizás, el leer abiertamente distintas perspectivas de algún texto nos pueda ayudar a expandir no solo lo que leemos, sino cómo leemos.