Electrónico vs. físico

Ray Bradbury dijo alguna vez: “Una computadora no tiene olor… si un libro es nuevo, huele muy bien.

Ray Bradbury dijo alguna vez: “Una computadora no tiene olor… si un libro es nuevo, huele muy bien. Si un libro es viejo, huele aún mejor… Y se queda contigo para siempre. Pero la computadora no hace eso por ti. Lo siento.” Así como Bradbury, y como he escrito antes en esta columna, prácticamente toda mi vida pensé como él. Los únicos libros que me atrevía a leer en electrónico, ya sea en alguna computadora o en una tableta electrónica, eran libros de medicina. Libros que cumplían su función, la de ser devorados por su contenido, independientemente del formato, y cuyo estado material me era indiferente porque solo necesitaba leer y releer y memorizar su interior. Con muy pocos libros de mi carrera formé un vínculo como con mis novelas, y a muy pocos les reservé un espacio en mi librero.

Me pregunto, sin embargo, qué pensaría Bradbury de las nuevas opciones para leer con las que contamos. Entiendo que seguirán sin tener ese olor distintivo, pero los e-readers nos ofrecen opciones que los libros muchas veces no pueden, principalmente la conveniencia. Los nuevos lectores electrónicos son muy ligeros, igual o más pequeños que un libro de bolsillo, con pila duradera, y la capacidad de adaptar el tamaño de la letra de acuerdo a lo que el lector prefiera, así como darnos la opción de cargar cientos de opciones diferentes de lectura. Tristemente, un libro físico no puede adaptarse y proveernos de comodidad, aunque nos otorgue el resto de sus cualidades.

Encima de todo, estos dispositivos intentan constantemente que se nos olvide que no tenemos un libro entre las manos, con muchos de ellos intentando imitar la textura de una hoja de papel o inclusive utilizando tinta digital para que al leer parezca una impresión. Mi reticencia a leer en electrónico se esfumó cuando pude probar de primera mano las comodidades que ofrecen. Aunque parte de mi siempre va a preferir la sensación del libro físico entre mis manos o la emoción de ir a la librería y dejar que mi siguiente libro me elija y eventualmente ocupe un lugar en mi librero, es difícil negar la practicidad y posibilidades que un dispositivo así representa.

Cuando la gente comenzó a consumir activamente audiolibros, muchos salieron al ataque declarando que escuchar un libro no era lo mismo que leerlo, por lo que no podías ser un verdadero lector si lo hacías. Lo mismo sucede hasta cierto punto con los libros electrónicos, ya que para muchos puristas elimina más de la mitad de la razón por la cual consumen libros: el objeto físico es tan deseable como el contenido. ¿Qué pasaría entonces con al famosa frase escrita por John Waters que dicta que si vas a casa de alguien y no tiene libros, es mejor no tener sexo con dicha persona? Evidentemente si decides únicamente consumir libros electrónicos y tu Kindle se pierde a la vista entre los demás objetos de tu casa, difícilmente alguien creerá que tomes en serio la lectura. ¿O no?

Resistirse al cambio es fútil, así como intentar delimitar lo que te hace o no lector, o cuál es la forma correcta o incorrecta de leer. Lo único que realmente importa de un libro es su contenido, y el formato no va a cambiar significativamente tu opinión sobre lo leído. Coincido con Bradbury con las bellezas nostálgicas de los libros físicos y no creo que llegue un punto en mi vida en que decida dejar de consumirlos. Pero la diversidad en mis lecturas y el que pueda disfrutar de una buena lectura cuando y en donde sea, es gran parte gracias a las múltiples opciones que tenemos para hacerlo. Ser snobs de libros, como escribí en mis primeras columnas, rara vez nos beneficia. Hay que disfrutar de las posibilidades y de que vivimos en el punto justo en la historia en que podemos leer en la ducha, manejando, haciendo ejercicio, en la cama o en la fila del banco, y que podemos hacerlo de la forma que más nos acomode.

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