Sobre perder el tiempo y Rainer Maria Rilke

Desde ese momento, esa pequeña frase me atormenta.

Hace más o menos un año tuve una conversación que vino a cambiarme la perspectiva sobre mi vida. Unos meses antes había sido el examen nacional de residencias médicas y hablábamos de compañeros y amigos que se habían decepcionado al no haber obtenido puntaje necesario para entrar a la especialidad que habían elegido. El sentimiento general era el mismo, y el plan que algunos tenían para el siguiente año era poner como opción otra especialidad que tuviera un puntaje más bajo para que no hubiera forma de que no entraran y, así, “no perder tiempo”.

Desde ese momento, esa pequeña frase me atormenta. He escrito frecuentemente sobre el tiempo y mi tortuosa relación con él, pero en ese momento pareció desvanecerse por un momento, porque no podía contemplar fin menos digno que el pensar que el pasar de mis días era una pérdida de tiempo; no podía sopesar la idea de que estuviera perdiendo, mucho menos tiempo. Últimamente soy menos partidaria que antes de contemplar los sueños como metas inamovibles, sin embargo un pequeña parte de mi sí se escandalizó al escuchar que alguien estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de dejar de sentir la persecución intensa del reloj. Sin embargo, muchas veces he estado ahí, contemplando los años vividos y no encontrando ni un atisbo de algo provechoso.

“No, mi vida no es esta hora precipitada por donde me ves pasar corriendo”, escribió Rilke en alguna ocasión, y con estas palabras le di un respiro a mis cavilaciones. Solemos tomar decisiones apresuradas cuando queremos dejar de lidiar con algo, dejar de sentirlo, y en particular cuando ese algo viene de un momento difícil en nuestras vidas y queremos que se termine. Para esto, Rilke también escribió algo: “Amo las horas oscuras de mi ser. Mi mente se profundiza en ellas. Allí puedo encontrar, como en cartas antiguas, los días de mi vida, ya vividos, y sostenido como una leyenda, y entendidos”.

Pienso ahora en Rainer Maria Rilke, poeta checo cuya vida terminó a los 51 años, y sin embargo pudo en tan poco tiempo escribir prolíficamente, crear palabras nuevas, y atreverse a preguntar: “¿Qué harás tú, oh Dios, cuando yo muera?” Sus poemas, filosóficos y esperanzadores, constantemente hablan sobre la existencia humana, y han ayudado a que le de sentido a mi tiempo -y al tiempo, en general: se sienten ridículamente gigantes y profundos, que es algo que encuentro difícilmente en textos extranjeros. Su poesía, cartas y textos encajan fácilmente con cualquier situación en la que nos encontremos, y nos dan la sensación de no estar solos con nuestras decisiones.

En su obra de prosa más popular “Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge”, por ejemplo, escribió lo siguiente: “Es ridículo. Aquí me siento en mi cuartito, yo, Brigge, que tengo que tener veintiocho años y de quien nadie sabe. Me siento aquí y no soy nada. […] ¿Es posible, esta nada piensa, que todavía no se haya visto, reconocido y dicho nada real e importante? ¿Es posible que uno haya tenido miles de años de tiempo para mirar, reflexionar y escribir, y que haya dejado pasar los milenios como un recreo escolar en el que se come un bocadillo y una manzana? Sí, es posible”. Este desolador pensamiento encaja a la perfección con algunos de mis peores momentos, en que el paso del tiempo se siente fútil y como una tortura.

No sólo escribo esto como catarsis al recordar ese breve momento en el que me cuestioné mi uso del tiempo, y si lo estaba, también yo, perdiendo. Tampoco escribo esto únicamente con la intención de que encuentren uno o varios poemas, textos o cartas de Rilke que les puedan ayudar a calmar la ansiedad de lo que aún no es. Pero sí quise escribir después de leer un poco de Rilke y recordar mi resolución en el momento en que contemplé el miedo de vivir una vida pensando que, lo que estuviera haciendo que no fuera parte de mi meta, era “perder el tiempo”. Sin embargo, voy a dejarlo a él decir lo que siento, porque no tengo su proeza con el lenguaje y porque leerlo se siente como esa bocanada de aire fresco, ese consejo que siempre buscamos, esa certeza de que el tiempo sí es sabio:

“Ten paciencia con todo lo que está sin resolver en tu corazón y trata de amar las preguntas mismas, como habitaciones cerradas con llave y como libros que ahora están escritos en una lengua extranjera. No busques ahora las respuestas, que no te pueden ser dadas porque no podrías vivirlas. Y el punto es, vivir todo. Vive las preguntas ahora. Quizás luego, gradualmente, sin darte cuenta, vivirás hasta la respuesta”.

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