Desde la pantalla que me mira

El sueño la tenía tan perturbada que se lo contó a su padre.

Quienes amamos las historias buscamos afanosos los cientos de ojos de la audiencia, cautivar la mirada con mis letras es el ámbito de poder, el segundo poético en que te tengo y me tienes. Eso me hace sentir, sin duda, como un pavorreal ¿Pero qué relación tienen los ojos y los pavos reales?

Una historia para tus ojos

Nos cuentan los antiguos griegos que Io  era la ninfa sacerdotisa de Hera, hija  del río Inaco y la ninfa Meliá. Hija de las bellas aguas de un río y de una bella ninfa, no podría ser menos bella. Al llegar a la adolescencia comenzó a tener sueños extraños en los que el dios Zeus la invitaba a entregarle su virginidad en el lago de Lerma, no lo vayas a confundir con el aromático río Lerma de la carretera México–Toluca por favor. El sueño la tenía tan perturbada que se lo contó a su padre. El padre asustado a su vez acudió al oráculo; la pitonisa le dijo que dichos sueños eran manifestaciones del deseo de Zeus y por tanto Inaco  llegó a la conclusión de que debía echar a su hija de casa para no sufrir la ira de Zeus.

Una vez desterrada, Io vagaba solitaria por el mundo sin saber hacia dónde dirigirse cuando Zeus logró alcanzarla y la sedujo. Inaco se sintió arrepintió de la decisión tomada y mandó a buscarla pero ya era tarde. Io y Zeus comenzaron el romance.

Pero en el Olimpo, la esposa de Zeus, la celosa Hera,  echaba en falta a su marido que llevaba varias noches sin llegar a dormir. Así que Hera se dispuso a averiguar si le estaba poniendo los cuernos de nuevo, como era su costumbre. La Diosa de la fidelidad se puso una peluca negra, unos lentes oscuros y siguió a Zeus por el bosque; cuando Hera estaba a punto de descubrir a los amantes, Zeus convirtió a la joven Io en una vaca blanca  para borrar la evidencia de su descaro. Al ver al animal la diosa sospechó la argucia y le pidió a Zeus que le regalara a la vaca, la cuidaría con esmero. Zeus cedió  para evitar problemas, pero Hera fue más lista y  le encargó  a Argos Panopte (que quiere decir  el que “todo lo ve”) que  la custodiará durante toda su vida.

Argos era un gigante de 100 ojos, su gran talento consistía en que de esos 100 ojos, sólo dos dormían  a la vez y los otros 98 se mantenían despiertos.  Era el espía perfecto. Con Argos de guardián, a Zeus le era imposible mantener relaciones con Io, la pobre ninfa convertida en vaca acudía a beber al río Inaco,  que recordaras era su propio padre pero éste no podía reconocerla con tal aspecto.

Un día la ninfa decidió escribir con sus pezuñas su propia historia en los márgenes del río, antecedente claro de los nuevos blogs. Ínaco se percató entonces del suceso pero rápidamente Argos se la llevó del lugar y la ató a un árbol de la montaña. Zeus perdidamente enamorado de la ninfa decidió poner fin al cautiverio con el apoyo de su hijo Hermes.

Hermes era conocido por su astucia y la habilidad para el engaño así se dirigió disfrazado de pastor hacia el lugar donde vigilaba el gigante de 100 ojos. Tocando magistralmente su zampoña y contando bellas historias lo encantó y consiguió dormirlo; momento que aprovechó  para degollarlo con su espada mientras 98 ojos presenciaban su propio crímen. Hermes no pudo transformar a Io en su anterior forma de ninfa. Zeus enfurecido tomó los 100 ojos y se fue furioso a palacio.

–Mujer celosa, has olvidado quién es el rey del Olimpo.– Le dijo el dios a su mujer recurriendo a todo su hoy anacrónico poder patriarcal. –Estoy harto de que me vigiles.

Al decir esto le lanzó los ojos de su fiel vigía mientras el ave favorita de la reina se interpuso,  los cien ojitos fueron a dar a su bella cola que se llenó de colorido y dándole al ave la majestuosidad que tiene hoy.

Hera nunca fue una mujer sometida así que envió un tábano a que picoteara el cuerpo de Io noche y día no dejándola nunca tranquila. Lo que obligó a la ninfa convertida en vaca a huír en una larga travesía que la llevó finalmente a Egipto donde recuperó su forma primera y dio a luz un hijo de Zeus: Épafo, éste fue secuestrado por orden de Hera y criado lejos de su madre, pero con el  tiempo Épapo fue recuperado por Io y se convirtió en rey de Egipto. Io terminó siendo venerada por los egipcios y dicen que se convirtió en la diosa Isis.

Cola sagrada 

La figura del centinela, ese que observa incesante está presente en muchos mitos y narrativas, lo encontramos en el Gran hermano y todas sus reales y ficticias implicaciones.

El ojo en el cielo, para los egipcios el gran sol con su ojo acompañante que era la luna. Un ojo brillante de día y un guiño en romántica tiniebla de noche. En la India brahmanes e  hindus considera el ojo del cielo al sol, una presencia ubicua que nos subordina al poder del cosmos. Y volvemos a los griegos con el paralizante ojo de Medusa.

El pavo real es símbolo lunar, ave nacional de India. El dios hindú Skanda, dios de la guerra monta un bello pavo real. Alejandro Magno lo llevó a Occidente. En Roma, fue símbolo  de princesas y emperatrices. Pasó al simbolismo cristiano relacionado con la Gran Diosa que como sabemos es Hera y todas sus hermanas, o Isi y sus iguales egipcias, por tanto no es difícil comprender su conexión con la Virgen María y el Paraíso. Simboliza la resurrección de Cristo porque en primavera este gran pájaro cambia totalmente su plumaje.

La palabra y la música como espectáculos, como fuentes de revelación y dominio, aquél que maneja el verbo moverá conciencias. Hermes, Prometeo  místico,  es mensajero de los dioses, intermediario entre los hombres y lo divino. Al contar sus cuentos y cantar sus canciones a Argos le revela secretos y debe matarlo, pero lo transfigura en el Pavoreal.

Un mundo nos vigila

Bueno pues estas historia de cientos de ojos inspiraron al filósofo Jeremy Betham a inventar una celda circular con un custodio avispado en el centro que vigila a los presos, ellos nunca saben en qué momento los ojos del vigilante los miran. Como las ideas son de quien las necesita, Micel Focault popularizó la idea en su célebre “Vigilar y castigar” atribuyendo al Estado y a las instituciones básicamente patriarcales, emanadas de la rígida jerarquía, la ubicuidad vigilante y la manipulación por métodos represivos.

Cuando era niña, mi padre me contaba una historia siniestra. Era un cuento de ciencia ficción sobre la posibilidad de unir todas las computadoras del mundo y hacerle a esa gran mente electrónica una pregunta que inquieta a la humanidad: ¿Existe dios? Entonces mi padre hacía un gran silencio y mi hermana y yo esperábamos ansiosas. La respuesta llegaba con una voz queda y en un ritmo parsimonioso: ahora… sí, respondía la gran cibermente. ¿Había el hombre construido al fin su gran dios?

¿Pregúntale a Google?

Quise buscar la fuente de aquel cuento y, como cualquier persona del siglo XXI, acudí a la búsqueda. ¿Si Google no lo sabe, entonces quién? Lo más parecido que encontré fue un cuento de Isaac Asimov que se llama La última pregunta [http://www.physics.princeton.edu/ph115/LQ.pdf]. Las variantes son notables, pero la idea es bastante parecida.

Hace muy poco vi la película “Código Enigma”, donde se reivindica al personaje de Turing, el científico inglés creador de la primera computadora. En una escena, un policía interroga a Turing; curioso, más allá de la investigación que le ocupa, pregunta: ¿las máquinas piensan? La respuesta es clara: a su modo cada cabeza piensa distinto y una máquina también.

Sabemos que no es sólo Google, los hombres hemos creado un Argos de miles de ojos, pantallas que nos vigilan como Argos y nos adormecen como Hermes; cámaras de vigilancia que nos paralizan como la gorgona. Entretenidos hasta la muerte como dijera el gran Neil Postman, cedemos nuestros ojos al nuevo dios que nos vigila con su cola cibernética, ojitos que portamos en cada cuarto de la casa, en la muñeca como reloj que no sólo mide al tiempo, nos mide a nosotros: ritmo cardiaco, pasos ejecutados, respiración, gustos y hasta ademanes; las pantallas nos tragan en tiempos de pandemia y secuestran a nuestros seres queridos a quienes sólo logramos ver desde nuestra prisión de mil ojos.

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