Pasaron unos años cuando las voces comenzaron a ahondar en su frágil cabecita.

D’arc, doncella de Dios

Todos esperaban sus gritos desgarradores. Esos infames llamados de piedad que solo increpan los cobardes; pero no, ella se mantuvo impávida, silenciosa, mirando con los ojos cerrados al cielo mientras la hoguera consumía su existir. Era el final de una campaña iniciada por Dios y en nombre de Él, y a sus diecinueve años sucumbió bajo las manos inglesas por una Francia que la espalda le dio.

En la tarde del 6 de enero de 1412, en el pueblo de Domrémy nació Juana; mujer frágil que deparaba ser delicada y sumisa. Necesitada en pocos años de un ser que cuidara de su existir débil y humilde, que cumpliera con el cuidado que su padre le encomendaría en medio del dolor de perder a su hija, Jacques D’arc delegaría su amor y dedicación a un hombre que llegaría en medio de la noche y entraría en los sueños de su ángel traído por Dios y le daría la dedicación que él después
de muerto no podría. Así fue.

Isabelle estaba feliz. Dios la había bendecido con una hermosa niña, la que le había pedido en sus plegarias y ahora estaba abriendo los ojos ante un mundo que a veces tenía conflictos, pero por el momento aún no los había tocado con fuerza, indudablemente eran bendecidos por Dios y éste los amaba por ser unos hijos agradecidos y devotos.

Pasaron unos años cuando las voces comenzaron a ahondar en su frágil cabecita. Siendo una niña, en medio de la iglesia, comenzó a escuchar voces que le pedían luchar por Francia; llorando y pidiendo al cielo, solicitaba una explicación a dichas voces, pero fueron días des- pués, a sus casi trece años, cuando estas mismas tomaron forma, nombre, y con ello su palabra tuvo poder.

Santa Catalina de Alejandría y Santa Margarita de Antioquía fueron las que comandarían sus palabras, y como estandarte, Dios estaba en cada discurso; primero fue en el confesionario, luego en su tierra, rural, tranquila, donde sus palabras tomaron forma y el destino pondría estas a prueba, de la forma en que los seres caemos en cuenta de que hay que movilizarse, cuando llega la muerte.

Pasaron tres años y sus palabras tomaron sentido, ante los asedios descarnados de los ingleses en Orleans a finales del año 1428, las voces la pusieron en la en- crucijada de ir a rescatar a sus coterráneos y con ello salvar su amada nación.

Las voces le dijeron que el Delfín de Francia, el ilegítimo, era el verdadero rey y que los cien años de guerras intestinas entre Inglaterra y Francia llevaron a su país a la destrucción y degradación casi total. La moral estaba diezmada y en el sentir nacional decía que los franceses eran ilegítimos, malditos, mientras los ingleses eran dioses en la tierra, bendecidos en su existir. Salió de Domrémy posterior a un ataque por parte de los ingleses donde murieron varios de sus seres queridos, pero ella sobrevivió y tenía definido el camino que las voces le pedían que si- guiera. La fuerza de las visiones estaba en aumento y a sus casi diecisiete años le pedían luchar como una guerrera de alguna de las defensas francesas, que no retrocediera, que estaba co- mandada por Dios y que, en nombre de él, la victoria sería suya para la gloria eterna.

Realmente se miraba y no encontraba palabras para estas aseveraciones, no era una guerrera, era una granjera, no era un hombre, era una mujer, solo poseía corazón y las palabras que llegaban a ella en medio de una mente que a veces sentía trastornada.

Continuó con el objetivo que de forma hostil le fue encomendado, buscando a Robert de Baudricout el comandante de la guarnición Armanac, que se encontraba en Vau- couters, al norte de Domrémy; tenía que cumplir su misión y la idea inicial era hablar con Carlos VII, el Delfín de Francia y el que sus voces le decían que era el heredero al trono. Pero no sería fácil, el comandante no cedería tan fácil ante las peticiones de la niña, y solo pasado casi un año, en 1429 le concedió una parte de la guarnición para ir donde el Delfín.

Llegó donde Carlos VII y en medio de una conversación que duró poco, Juana convenció al hombre de que Dios le había dicho que él era el heredero al trono. Esto hizo que el hombre creyera y sintiera las ganas de apoyar la campaña que esta misma le ofrecía. Salió con una sonrisa, estaba convencida de sus palabras y la aceptación del Delfín ante ellas le dio la idea de que todo era realmente cierto. Comenzó a creer en su destino y la oscuridad que había vivido en la aldea, asolada por los ingle- ses, y las muertes que sabía que habían ocurrido en Orleans, tenían un sentido y ella sería su defensora desde este momento. Se cortó el cabello y se puso la armadura de un guerrero, tenía la firme convicción de que lo era y Dios estaba a su lado, al ir a misa y llevar a su grupo de soldados y al prepararse para la guerra, con el estandarte de Dios y Francia en su cabeza, al frente de batalla.

Ganó la batalla de Orleans contra los ingleses y los franceses em- piezan a creer que Dios estaba con ellos, y los ingleses sintieron miedo ante las batallas que esta niña comenzó a ganar, lo que dio paso a un imaginario que estaba en pos de la fe perdida, siendo el milagro que los franceses necesitaban para ganar y lo que sería el inicio de la formación de Francia como nación.

No pasó mucho cuando la misma Juana coronó a Carlos VII como rey de Francia en la ciudad de Reims, dándole el poder y la fuerza que necesitaba para llevar a su tierra a la libertad. Sus voces estaban felices, tranquilas porque Juana había cumplido con su acometido y en medio de la guerra entre ingleses y franceses, el rey fue coronado e Inglaterra perdió gran parte de su poder en territorio francés. Las voces tenían razón y Juana pidió al cielo porque sus designios se habían cumplido, ahora existía una luz en medio de años de oscuridad.

Pero el 23 de mayo de 1430 los borgoñones atacaron la ciudad de Compiegne, donde la mujer se encontraba en compañía del capitán Guillaume de Flavy, el cual, cuando ella salió con su grupo y fue acorralada por los borgoñones, cerró las puertas de la ciudad y dejó que a la mujer la capturaran y quedara a merced de los ingleses.

Nadie pudo salvarla del juicio de los ingleses, el rey la abandonó y al final solo el silencio conti- nuaría en medio de la noche, acompañándola, esperando su inminente muerte. Fue trasladada a Ruan para ser enjuiciada; allí, con el silencio acompañándola, y la nostalgia del sentirse olvi- dada de todos, la juzgaron por más de setenta cargos en un conjunto de más de doce juicios, siendo el más grave de todos el de brujería debido a las voces que escuchaba, atribuidas a Baphomet, además de su aspecto de hombre que fue altamente criticado debido a la insolencia luego de ser una mujer. Juana estaba cansada, se sentía devastada, pero su corazón latía con fuerza.

Recordó una de las conversaciones con sus voces y en una de ellas le decían que este sería el último año de vida, respiró hondo y contuvo las lágrimas, tal vez este sería el final de su sagrada campaña, como una amada joven de carácter mesiánico y si era así, su fin era realmente seguro.

El 24 de mayo de 1431 le dieron la última oportunidad de retractarse de todas las cosas que había dicho y de las que había hecho; lo hizo, pero al ver que la llevaban de nuevo hacia los calabozos donde había estado, Juana se retractó nuevamente y finalmente el 30 de mayo fue llevada a la hoguera.

Era de mañana y había más de mil personas observando con detalle lo que el cardenal Win- chester y los miembros del tribunal hacían. La joven se paró en la pira y esperó a que la encen- dieran. Sintió miedo, pero algo le decía que esto estaba escrito, que había una razón para ello y sonrió. Recordó a su padre y madre y la tranquilidad de Domrémy, además de su hermosa iglesia y como ser niño era tan divertido, no había nada de malo y estaba bien que todo fuera así, era el final perfecto de la historia perfecta.

Todos esperaban sus gritos desgarradores. Esos infames llamados de piedad que solo incre- pan los cobardes; pero no, ella se mantuvo impávida, silenciosa, mirando con los ojos cerrados al cielo mientras la hoguera consumía su existir. Era el final de una campaña iniciada por Dios y en nombre de Él, y a sus diecinueve años sucumbió bajo las manos inglesas por una Francia que solo la espalda le dio.

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