Debe sangrar, debe sangrar, debe sangrar. Me corto una vena y ya está. Una vena no, se me puede complicar si no corto la hemorragia, las enfermeras ponen una goma cuando te sacan sangre. Mejor me pincho la yema de un dedo, si no alcanza para mucho sigo con otro, tengo diez dedos. Veinte, puedo repetir con los del pie. Nadie muere desangrado por pincharse un dedo con una agujita. Es un requisito complicado para la gente como yo. A mí me hace mal ver sangre. Igual no necesito verla. Pincho y dejo que caiga en una tapita, en un medidor de los que vienen con los jarabes. Primero debo limpiar el medidor, no se debe contaminar la sangre con azúcar. La sangre es de sabor acre, la sangre es muerte; el azúcar es dulzura, es mariconada, es un panfleto para vender sesiones en un spa.
Debe sangrar y sangrará. La chica del sexto da clase de dibujo para chicos en el centro cultural de la plaza, ella tiene que saber cuán rápido hay que utilizar la sangre antes que se seque y no sirva más. Temo que de todas formas no me servirá para mucho; mejor, lo bueno si breve, dos veces bueno. No lo han dichoen el taller pero es algo que ya sé desde hace mucho tiempo. Mi mamá me lo enseñó cuando yo tenía doce años, la tarde en que me encontró desconsolado midiéndome el pito.
Debe sacudir.
Aquí me lo han puesto más difícil. Con la sangre, la extraigo y la uso, pero ¿cómo hago para sacudir a alguien sin estar presente? Sacudir. Si hubiera dicho anestesiar, resultaría sencillo, bastaría con impregnar la superficie con cloroformo y utilizar tamaños pequeños y enrevesados. Lo obligaríamos a
acercarse y entonces el cloroformo funcionaría de maravillas. Pero no ha dicho anestesiar, ni repugnar. Repugnar es simple, se utiliza el mismo método descripto pero en lugar de cloroformo se coloca una sustancia desagradable, algún compuesto con azufre de los que huelen a huevo podrido. Pero tampoco es repugnar, sacudir ha
dicho. ¿Se habrá equivocado? Todos cometemos errores, él mismo lo ha dicho, ¿por qué no pudo cometerlo? No se me ocurre manera de sacudir sin estar yo
allí moviéndole la silla al tipo que me haya tocado en suerte. Digo tipo porque no me veo con ellas, no, lo mío es muy áspero para los ojos femeninos. ¿Qué me preocupa el género si es lo mismo? No puedo sacudir a un hombre ni a una mujer sin estar yo allí, ¿cómo se consigue eso, con telepatía?
Debe ganar por knock out.
¿Estamos escribiendo un cuento o estamos en una pelea de box? Que sangre, que sacudida, que knock out, el tío está describiendo una paliza. Y, obviamente, yo no soy el que está repartiendo las hostias. ¿Se habrá
equivocado de lección el maestro? Hoy, para poder currarla, estos tíos dan clases de lo que sea, quizá creyó que estaba en un taller de box. Éramos dos varones entre quince mujeres pero hoy las mujeres boxean tanto o más que los hombres. Estoy delirando, por más colgado que sea un profe, en una biblioteca no se dan talleres de boxeo. Así que, a seguir con esto, que si no me sale un cuento será plata tirada la matrícula. Knock out. ¿A quién hay que noquear?, ¿al lector? ¿De eso se trata? ¿La sangre debe ser del lector o nuestra? ¿Me parece a mí o este hombre me ha dado vuelta las cosas? ¿Cómo hago para pegarle a un lector con la única ayuda de un pedazo de papel y un poco de tinta? Tinta combinada con sangre, que esa mezcla sí puedo lograrla. Noquear, dar un golpe definitivo, dejar al lector grogui, sin conocimiento. Se me está ocurriendo un invento maravilloso, la cabina para el cuento perfecto. Una cabina pequeña, con un sillón muy cómodo, luz buena y hasta un atril para sostener el libro. El lector se sienta, se cierra la cabina. Le chorrea sangre en la
cabeza a través de un tubo, la cabina se sacude cinco minutos y luego un brazo mecánico da un golpe en la mandíbula del lector mareado. Un invento cojonudo, debería patentarlo antes que me roben la idea. Vamos, ¿quién no querría leer un cuento que garantiza todas las condiciones que debe reunir el relato perfecto?
Diga que debo escribir un cuento para someterlo al escrutinio de mis concienzudas compañeras de taller, que si no, largaba todo y me dedicaba a profundizar mi invento. A ver qué más tenemos.
Debe decir una cosa diferente a lo que dice.
¿Cómo?, ¿he oído mal? ¿Cien euros el puto cursillo para que me salgan con esto cuando ya creía tener cocinado el asunto de la sacudida? Imposible, lo escucho otra vez, nadie puede ser tan hijo de puta. Debe decir una cosa diferente a lo que dice. Y sí, lo dice así, suelto de cuerpo. Debió ser en la parte en que se apoyó contra los estantes de autores latinoamericanos y jugueteó con el cigarrillo electrónico. Apagado, que las niñas no se lo dejaron encender. De haberlo escuchado lo hubiera interrumpido, ahora no puedo, ¿qué gano discutiéndole al celular? Eso me ha pasado por llegar tarde y no conseguir una de las cuatro sillas disponibles; desde el baño no se oye casi nada, de no ser por la grabación, me perdería todo. Lo que no entiendo es como nadie le preguntó al respecto. Un supuesto docente dice que un cuento «debe decir una cosa diferente a lo que dice» ¿y nadie le discute? A ver, ¿cómo se hace para decir lo que no se dice? ¿Cómo lo digo, si no lo digo? Porque si lo digo, lo estoy diciendo, entonces no sirve porque debe decir lo que no se dice. Y si no lo digo, tampoco está bien, porque en ese caso no estoy diciendo nada y fallo a la primera parte del enunciado, el «debe decir».
¿Cómo se dice algo, diciendo otra cosa? Si yo pido un vino, me sirven un vino. Según este profesor, deberían darme sangría. O sidra. Y a mí no me gustan la sangría ni la sidra.
Vaya si se ha complicado este asunto de la escritura. ¿Empiezo por la sangre o espero a ver si se conecta alguna del curso y me explica como se dice sin decirlo que se dice? El problema es que me lo explique sin explicármelo, para que así quede explicado lo que no se explica. Y que me vuelva loco intentando descifrar qué me explicó cuando no me lo estaba explicando. Ah, no, yo loco nome vuelvo. El próximo jueves voy tres horas antes para sentarme en primera fila; le sostendré al profesor el saco, la mochila y los apuntes, como le tocó a la rubia la primera clase, pero me voy a sacar las dudas. Por lo pronto, al deber. Eso es, voy a empezar con el relato.
¿Cómo se empieza un cuento? ¿Había una vez…? Algo había dicho del inicio, a ver dónde quedó en la grabación. Inicio, aquí está. En la próxima clase hablaremos de un punto fundamental, el inicio del cuento. Ah, bueno, ¿cómo voy a empezarlo si no sé cómo se inicia? ¿Arranco por la mitad del cuento, digamos cuando el boxeador lo tiene contra las cuerdas y prepara el golpe definitivo, y después espero a la otra clase para ver cómo lo empiezo? O lo puedo empezar con una gota de sangre, ese sería un inicio potente, ¿qué más potente que el autor desangrándose para construir una historia? ¿O la sangre va a la final, en el clímax? Creo que es hora de rendirse, no conseguiré una sola respuesta convincente, mucho menos un relato con tantas instrucciones contradictorias.
Yo sabía que me tenía que anotar en el curso de bricolaje, así por lo menos quedaba bien con mis tías en las navidades.