Como nube sobre las olas

La depresión y sus variantes son sólo algunas de las causas médicas que se relacionan con el suicido.

El 28 de Marzo de 1941, Virginia Woolf se llenó los bolsillos de piedras y saltó al río Ouse, terminando así con su propia vida. Dejó una carta dirigida a su esposo, en la que hacía lo posible por quitarle la culpa: “Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido completamente paciente conmigo e increíblemente bueno”. Sin embargo, la prensa tergiversó sus palabras, haciendo que un fragmento de esta se interpretara como que no había podido soportar el paso de la Segunda Guerra Mundial, cuando Woolf se refería a su propio pasado y luchas previas con los mismos síntomas.

La señalaron, como le ha pasado a muchos otros, como cobarde y débil. Y no fue la única que no pudo escapar a la mirada acusadora de los que le sobrevivieron, otro ejemplo es Hemingway. El escritor, que hasta ese punto de su vida había sido la personificación del macho, terminó con su vida disparándose en la cabeza, y el público asumió desde ese momento que lo que conocían de él no era más que una fachada.

La depresión y sus variantes son sólo algunas de las causas médicas que se relacionan con el suicido. Son trastornos que lo consumen todo, debilitantes e incapacitantes, y es importante estar conscientes de nuestro limitado entendimiento. Aunque desde los tiempos de Woolf hemos mejorado en cuanto a la prevención y tratamiento de las enfermedades mentales, el estigma sigue siendo una carga pesada que obliga a muchos a nos discutirlo.

He de suponer que lo que nos motiva a temerle al suicidio no es sólo el desconocimiento y la falta de empatía, sino las verdades que se descubren en ese momento, nuestra propia falla para evitarlo y el recordatorio de nuestra fragilidad. Citando a James Baldwin: “Todas las vidas están conectadas con otras vidas y cuando un hombre se va, mucho más que el hombre se va con él”. Las respuestas, agregaría yo, también se van, dándonos pauta para interpretar como irracional lo que lleva a cualquiera a esa posición.

La literatura por siglos nos ha ayudado a comprender y vivir otras vidas, a ampliar nuestra empatía a lugares que no sabíamos que llegaba. Leer sobre no sólo las vidas de autores que lucharon con su salud mental, sino también sus escritos nos puede ampliar la visión de nuestra propia psique. Las palabras ajenas, en particular las de aquellos con otras experiencias, pueden llenar esos huecos que buscan respuestas y aclarar la incertidumbre.

Las últimas palabras escritas por Woolf en su diario, tan sólo unos meses antes de su muerte nos pueden dar un poco ese vistazo a lo trágico y pacífico de sus últimos días cuando escribe: “¿Ahora la vida es muy sólida o cambiante? Me persiguen las dos contradicciones. […] Pasaré como una nube sobre las olas. Quizás puede ser que aunque cambiemos, uno volando tras otro, tan rápido, tan rápido, sin embargo, somos de alguna manera sucesivos y continuos los seres humanos, y mostramos la luz a través nuestro. ¿Pero qué es la luz?”.

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Fany Ochoa

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