Con amor para Éowyn

Éowyn quiere ir a la guerra, defender a su pueblo y ayudar a los hombres.

Leer libros publicados antes de la época en la que vivimos puede ser una actividad agridulce en partes, y cuando comencé a leer los libros de El Señor de los Anillos por J. R. R. Tolkien me esperaba la experiencia completa. Al haber disfrutado desde mi infancia de las 3 películas dirigidas por Peter Jackson, el amor que tenía por el mundo que había creado Tolkien era suficiente para disfrutar cada página, cada palabra y momento. Sin embargo, sólo cuando llegué a los capítulos que hablaban de Tom Bombadil y su esposa, Goldberry, es que me di cuenta que era la primera vez que aparecía una mujer en la historia: era el primer personaje femenino con líneas y relativa relevancia en la historia.

Este hecho no arruinó la experiencia. No solo podía comprender que el contexto de la época y las circunstancias bajo las cuales Tolkien escribió su trilogía épica influenciaban sin duda la historia, también estaba segura de que si hubiera escrito la historia en nuestra época esta sería más balanceada en cuanto al sexo de sus personajes. Sostener una lupa sobre textos como estos nos ayuda más a cimentar nuestra perspectiva actual, que el cambiar el objeto. Varios cientos de páginas después vendría Galadriel, y me mantuve impasible y seguí disfrutando de la historia, aceptando que quizás Peter Jackson había decidido usar a las mujeres que escribió Tolkien como parte más relevante de la historia que lo que realmente eran.

Así continué, hasta Éowyn. No digo en vano que estoy segura de que Tolkien, con una perspectiva diferente, habría incluido a más mujeres en la historia. La forma en la que Tolkien describe las relaciones de amistad entre sus personajes, todos hombres, la complejidad de las decisiones, la forma en la que comunican sus emociones y las comparten, que añoran la complicidad y apoyo de otros, refleja que Tolkien mismo tenía esas relaciones en su vida. Probablemente cuando tuvo que, un poco a regañadientes, servir durante la primera y segunda guerra mundial, experimentó la clase de conexión con otros hombres que sólo se logra cuando has vivido algo similar. Pero esta idea de que Tolkien es capaz de escribir personajes femeninos igual de complejos que sus contrapartes masculinas se cimentó cuando leía ‘El Retorno del Rey’ y el papel que cumplía Éowyn previamente de personaje de fondo, se desarrolló a un personaje no sólo relevante para la historia, sino como un reflejo de lo que muchas mujeres hemos sentido y pensado.

Éowyn quiere ir a la guerra, defender a su pueblo y ayudar a los hombres. En una discusión con Aragorn, quien insiste en que no es lo ideal que acompañe a los demás caballeros al campo de batalla, Éowyn contesta con palabras que resuenan hasta nuestra época: “Todas vuestras palabras significan una sola cosa: eres una mujer, y tu misión está en el hogar. Sin embargo, cuando los hombres hayan muerto con honor en la batalla, se te permitirá quemar la casa e inmolarte con ella, puesto que ya no la necesitarán.” Expertamente describe, en pocas palabras, la poca relevancia que se le atañe a las mujeres cuando están separadas de los hombres. Sus deseos de encontrar trascendencia en su existencia han sido experimentados por todas las mujeres, y aunque la validez de encontrarla en cualquiera que sea tu actividad es innegable, también lo es el no querer dejarte confinar.

Éowyn continúa cuando Aragorn le pregunta a qué le teme, a lo que contesta: “A una jaula. A vivir encerrada detrás de barrotes, hasta que la costumbre y la vejez acepten el cautiverio, y la posibilidad y aún el deseo de llevar a cabo grandes hazañas se hayan perdido para siempre.” No es extraño el sentimiento que profesa, todos lo hemos sentido. Así, comenzamos con Tolkien mostrándonos a Éowyn como un personaje infeliz, atado a sus deberes, pero perspicaz y capaz de cuidarse a sí misma, y la conclusión de la historia nos muestra la profundidad y delicadeza con la que escribe a cualquiera de sus otros personajes.

El clímax de su historia viene en la batalla de los campos de Pelennor, cuando se enfrenta al Rey Brujo de Angmar, espectro al que todos le rehúyen y cuyo poder viene desde Sauron. Ahí se encuentran dos personajes a los cuales nadie quería en batalla porque nadie consideraba su utilidad: Merry, un hobbit, y Éowyn, una damisela. Sin embargo, la profecía de cómo moriría el Rey Brujo se cumple cuando Éowyn se planta frente a él, ya que le impide acudir en ayuda de el rey. El brujo se mofa, le aclara que ningún hombre viviente podrá matarlo, a lo que ella contesta: “¡Es que no soy ningún hombre viviente! Lo que tus ojos ven es una mujer. Soy Éowyn hija de Eomund.” Merry aprovecha entonces para atacarlo en donde alcanza, y Éowyn termina el trabajo, desapareciendo al espectro.

En la historia que nos cuenta Tolkien a través de sus tres épicos libros, los personajes en los que en general nadie pondría sus esperanzas son los que cargan con el peso más grande y logran salvar la Tierra Media. Tolkien dejó claro entre sus páginas que entendía el valor enorme que se necesita para dejar la comodidad y lo que se espera de ti, y lograr así lo que el destino te tiene preparado. Pero esta columna va dedicada a Éowyn, porque su presencia en la historia resuena a través de las páginas y los años, y porque la representación es importante. Tenemos la fortuna de vivir en una época en la cual cada vez es más fácil encontrarnos reflejadas en las historias que se cuentan, de forma fiel y diversa, y sé que eso seguirá mejorando con el paso del tiempo. Pero personajes como Éowyn, en historias esencialmente masculinas y alejadas del constante empuje a la modernidad, reflejan también que nuestras historias siempre han estado.

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