Rosario Castellanos, Virginia Woolf y el lector común

Pero aún tenemos nuestras responsabilidades como lectores e incluso nuestra importancia.

En su colección de ensayos titulada ‘Mujer que sabe latín’, Rosario Castellanos reúne textos en los que analiza a alguna autora, algún texto o sobre alguna situación de desventaja social que experimentan las mujeres en nuestro país. Castellanos tiene una pluma precisa y aguda, que nos permite ver y aprender a través de sus ojos. Indudablemente, ‘Mujer que sabe latín’ es el mejor libro que leí durante el 2020, y que sigo releyendo por la profunda relevancia que tomó para mí. Justo en uno de los ensayos incluidos en el libro es que Rosario analiza la relación tan única que tiene el lector con lo leído.

Comienza escribiendo en el capítulo titulado ‘Virginia Woolf y el <vicio impune>’: “La relación entre el lector y el libro es una relación personal y presenta las diversas modalidades que se establecen cuando se ponen en contacto dos órbitas de inteligencia, de sensibilidad, de apetitos, de necesidades, de interés.” Leemos por muchas razones. Muchas veces únicamente por entretenimiento, otras veces por obligación y otras por buscar conocimiento. En su ensayo, sin embargo, Castellanos señala que existe una clase de lector que se distingue de todos: “Ingenuo, el «lector común» no busca más que su propio placer; se deja guiar por el instinto y se comporta, frente al libro, con la apertura maravillada de quien se dispone a recibir una revelación.”

El resto del texto desmenuza lo que Virginia Woolf escribió en ‘El lector común’, sus dos tomos de ensayos, en los que ella también se sentó a analizar y escribir sobre el trabajo de otras tantas mujeres y escritores. En el primer ensayo de la colección, titulado como esta, Woolf describe maravillosamente al lector común: “Lee para su propio placer en lugar de impartir conocimientos o corregir las opiniones de los demás. Sobre todo, está guiado por un instinto de crear para sí mismo, a partir de cualquier posibilidad y final que pueda encontrar, una especie de todo: el retrato de un hombre, el boceto de una época, una teoría del arte de escribir. Mientras lee, nunca cesa de crear una tela destartalada que le proporcionará la satisfacción temporal de parecerse lo suficiente al objeto real como para permitirse el afecto, la risa y la discusión.”

Así, Woolf lo ve como aquel que constantemente se crea a partir de lo que lee, aunque lea por placer y beneficio propio, como resultado de estar tan despreocupado de crearse una opinión del objeto de lectura, afectándole así profundamente. Todos podemos pensar en aquellas lecturas que nos hicieron lectores comunes, que nos afectaron intensamente y cuyas palabras nos marcaron. En otro ensayo, Woolf se pregunta cómo debería leerse un libro, y escribe que: “Debemos seguir siendo lectores; no nos vestiremos con la gloria adicional que pertenece a esos raros seres que también son críticos. Pero aún tenemos nuestras responsabilidades como lectores e incluso nuestra importancia. Los estándares que elevamos y los juicios que emitimos se escapan al aire y se convierten en parte de la atmósfera que los escritores respiran mientras trabajan. Se crea una influencia que se apodera de ellos incluso si nunca llega a imprimirse”.

Porque la relación que el lector tiene con el texto es importante, pero también se vuelve una relación de cierta forma con el escritor. Aunque parece unilateral -con muy pocos lectores (y más los lectores comunes) teniendo la oportunidad de tener una relación real con el autor-, existe en su propia burbuja en la que las opiniones y evocaciones causadas por el texto influyen tanto en el lector como en quien decide escribirlo. Woolf escribe que: “Si detrás de los disparos erráticos de la prensa el autor sintiera que hay otro tipo de crítica, la opinión de las personas que leen por amor a la lectura, lenta y poco profesionalmente, y juzgando con gran simpatía y sin embargo con gran severidad, ¿no mejoraría esto el calidad de su trabajo? Y si por nuestros medios los libros se hicieran más fuertes, más ricos y más variados, ese sería un fin digno de alcanzar.”

Con este argumento es que nos enlazamos de vuelta al inicio, a Rosario, quien en el resto de su ensayo sobre Woolf encuentra esta relación entre lector y autor bien demarcada en sus ensayos, en los que ella funge como lectora-escritora, buscando la aprobación de antepasados de todos los sexos, edades, antecedentes y épocas. Autores analizando autores, lectores leyendo a lectores, todos dejándose influenciar y siendo el lector común cuando más lo necesitan. Cuando buscamos la verdad en otros y en sus experiencias, cuando tenemos relaciones unilaterales con autores que ya no existen y que aún así tienen la oportunidad de afectarnos hasta la raíz, en ese momento somos el lector común y el más importante: porque es entonces que la lectura toma relevancia y trasciende. Castellanos, una grande de la literatura latinoamericana, concluye su ensayo reflexionando sobre la búsqueda de de la verdad en la lectura, escribiendo:  “La verdad no es el premio al renunciamiento sino corona de la abundancia. Y está derramada sobre todas las cosas. Pero se recoge y se atesora en los libros, en donde resplandece de su propia luz para los ojos del que lee.”

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Fany Ochoa

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Aunque durante el año he leído muchos textos de feminismo, capitalismo, ciencia y política, ninguno fue concluido.