Dejar ir

Una colección, aunque excesiva, no debe ser apabullante o sin sentido, y eso es justo lo que espero.

Habíamos planeado cómo se verían nuestros libreros desde que nos mudamos. No queríamos apresurarnos y comprar los primeros que nos encontráramos solo para poder pasar la página, queríamos que se adaptaran al cuarto en el que iban a estar y que fueran tal y como los habíamos imaginado. Por poco más de 6 meses nuestros libros reposaron apilados unos sobre otros, pegados a la ventana del estudio; acumulaban polvo y era difícil tomar alguno para leer sin arriesgarse a tirarlos todos. Pero no importaba, estábamos dispuestos a esperar. Hace unos días la espera terminó y por fin los 4 libreros que necesitábamos llegaron, con un único problema: no era suficiente espacio.

Cuando comencé a leer nunca tuve más de los que pudiera sostener mi escritorio, ya que la condición que pusieron mis papás era que podía comprar más libros cuando terminara de leer los que ya tenía. Esto sirvió de motivación, y pasaba gran parte de mi tiempo libre leyendo libro tras libro para poder conseguir más. Sin embargo, poco a poco encontré historias que me gustaron más que otras, que quería releer o sólo guardar para poder recordar. Eventualmente se fueron acumulando, hasta que me fue prácticamente imposible deshacerme de ninguno. Así comenzó mi colección.

Susan Sontag escribió en ‘El amante del volcán’ que “una gran colección privada es un concentrado de material que estimula continuamente, que sobreexcita. No solo porque siempre se puede agregar más, sino porque ya es demasiado. La necesidad del coleccionista es precisamente el exceso […] una colección siempre es más de lo necesario”. Y justo así se sentía el contemplar todos los libros que no cabían en los nuevos libreros, como un exceso.

Me di cuenta que tenía que dejarlos ir. No solamente porque no cabían, sino también porque sabía que cuando terminara con los libros de nuestra biblioteca, iba a querer leer más y no iba a haber espacio para esos libros. Cuidadosamente analicé cada uno de los libros que me pertenecían y me di a la tarea de separar aquellos que no volvería a leer, que no me habían gustado tanto, o que había leído hace tanto tiempo que ya no recordaba o me interesaba si me habían gustado o no. Para mi sorpresa, no fue tan difícil. Muchos los separé para venderlos y otros tantos los separé para que regresaran a casa de mis papás.

Estoy segura que antes no hubiera podido. Desde muy pequeña, mi identidad se vio revuelta con los libros y lo que representan, y haberlo hecho sería como dejar ir una parte de mi. Pero, como ya he discutido, con el paso de los años he tenido que separar el objeto físico de lo que realmente representan. El apegarme a los libros que me habían formado me daba seguridad. Sin embargo, el cambio es una constante de nuestra existencia, y aferrarse nos puede mantener inamovibles en un mundo en el que necesitas crecer y adaptarte. Como escribió Simone Weil: “el apego es el gran fabricante de ilusiones; la realidad sólo puede ser obtenida por alguien que esté desapegado”.

Una colección, aunque excesiva, no debe ser apabullante o sin sentido, y eso es justo lo que espero. No voy a dejar de leer o dejar de agregar libros a mi colección, únicamente seguiré purgando, eligiendo los mejores ejemplares, y dejando ir a los que no pertenezcan. Eventualmente quizás me vuelva a encontrar con el mismo problema, y los libros que tenga en ese momento puede que sean más de los que puedo o quiero leer, pero espero que pueda volver a revisar todos los ejemplares, pasearme un rato en la nostalgia, y luego dejarlos ir.

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