Las semanas por venir representan un momento apremiante para el país. El quedarnos en nuestras casas podría significar la diferencia entre el caos desordenado y el manejable: la responsabilidad de perder una, cientos o miles de vidas humanas recae en todos nosotros. Algunos de nosotros tenemos el privilegio de pasar este tiempo trabajando desde casa, no trabajando para nada pero sin perder el trabajo o algún arreglo similar. Sin embargo, gran parte de las personas con las que compartimos el país no pueden hacerlo, arriesgando su integridad por la imposibilidad de un trabajo seguro. A otras el deber les llama, y su lugar en hospitales, clínicas, centros de atención o demás es crítico para mantenernos a flote.
Para los que tenemos el privilegio, se puede sentir como que fuimos empujados fuera de la rutina y nos encontramos sin la estructura que nos daba la interacción humana y la movilidad. Nos da un poco más de tiempo para reflexionar sobre lo mucho que dependemos de otros, aunque no les conozcamos, y de alrededor de qué está construida nuestra vida. Reconocer este privilegio es clave para poder aprovecharlo, no tomarlo por sentado, y darnos cuenta que probablemente estamos en donde estamos más por azar que por mérito. Podemos aprovechar este tiempo para pensar en muchas formas de cambiar el tejido social y que, la siguiente vez que esto suceda, muchas más personas tengan el mismo privilegio.
Mientras tanto, podemos hablar de otros que tenían la fortuna de tener el tiempo y usarlo a su favor. Desde siempre he sido fanática de leer las rutinas diarias de otras personas, en particular de aquellas que me inspiran. Los escritores necesitan ser dueños de su tiempo para poder escribir, y a lo largo de los años me he encontrado con muchas rutinas inspiradoras y otras alocadas, y qué mejor momento que ahora para compartirles algunas de mis favoritas. Les dejo a continuación una breve lista:
Franz Kafka: Su trabajo de 8 de la mañana a 2:30 de la tarde, le permitía completar una serie de actividades antes de poder sentarse a escribir, ya que al vivir con su familia el único momento de concentración era cuando todos estaban ya dormidos. Sus actividades diarias incluían ejercicio desnudo frente a la ventana y caminatas solitarias o con amigos, sólo para poder comenzar a escribir a las 10:30 de la noche y postergar el suplicio del sueño.
Maya Angelou: La poeta se solía levantar a las 5:30, para tomarse su café a las 6. Pero ella no podía escribir en un lugar limpio y bonito, ya que la distraía. Así que a las 6:30 se iba a un cuarto de hotel – o motel – que rentaba exclusivamente para eso y escribía sin parar hasta las 2 en un día bueno o las 12:30 si las palabras no fluían. Si era un día especialmente bueno, no salía. Su mente dejaba ahí el trabajo y al llegar a casa hacía lo posible para tener una vida normal.
Stephen King: El escritor de ‘Eso’ y ‘El Resplandor’ comienza a escribir a las 8 u 8:30 y no se levanta hasta terminar sus 2000 palabras diarias, sin importar si es navidad, su cumpleaños o vacaciones. King compara el escribir con dormir, e insiste en adecuarse a escribir en cierto horario, igual que lo hacemos con dormir, para permitir habituarnos a soñar despiertos.
Anne Rice: La escritora de Entrevista con el Vampiro se jacta de su habilidad de cambiar de rutina dependiendo de lo que escriba. Para este libro, por ejemplo, imitaba a sus personajes durmiendo de día y escribiendo de noche, porque era cuando mejor se concentraba. Cuando nació su hijo, tuvo que regresar a escribir de día, a ratos por la mañana y a ratos por la tarde, intentando encontrar 3 o 4 horas ininterrumpidas.
George Orwell: El genio detrás de algunos de mis libros y ensayos favoritos se encontró muchas veces sin tiempo para escribir para poder pagar la renta. Por suerte para él, una tía suya le consiguió un trabajo de medio tiempo en una librería, lo que le permitía escribir por poco más de 4 horas durante las mañanas, y dedicarse a vender libros en al tarde, dejándole gran parte de la noche para relajarse.
Ayn Rand: A la controversial escritora le prescribieron anfetaminas al inicio de su carrera, lo que le ayudó a mantenerse alerta y escribir sin parar. La disciplina la ataba a su escritorio, escribiendo día y noche y descuidando su salud, inclusive sin dormir y sobreviviendo con siestas al azar. ‘El Manantial’ fue concebido así, pero las anfetaminas no pararon, causándole paranoia, cambios de humor y explosiones de emoción.
Vladimir Nabokov: El escritor ruso escribió alguna vez que “sus hábitos eran simples y sus gustos banales”. Se levantaba a las 7 de la mañana, para después rasurarse, desayunar, meditar y bañarse, y escribir hasta las 6:30 de la tarde, con una pausa a la 1 para comer. Cambiaba constantemente de posición y lugar para escribir dentro de su estudio, y escribía a mano en tarjetas índice con rayas, para poder acomodar los párrafos de su historia como se le antojara.
Simone de Beauvoir: También una de mis favoritas, comenzaba a trabajar a las 10 de la mañana después de tomarse el té, y continuaba hasta la 1, comiendo generalmente con Jean-Paul Sartre y regresando a trabajar con él de 5 a 9 de la noche, dejando las reuniones o charlas para después de concluido el trabajo, con su avidez por el trabajo asechándola hasta en las vacaciones. sin embargo, la vida simple y ordenada que se construyó le permitía ir y venir del trabajo con facilidad.
Scott Fitzgerald: Fue un prolífico y disciplinado escritor estando en la milicia, encontrando tiempo y apegándose a él para producir manuscritos en el menor tiempo posible. Pero post-guerra, le fue difícil encontrar un orden. Generalmente intentaba levantarse a las 11 de la mañana, y comenzar a escribir a las 5 de tarde, terminando a las 3:30 de la madrugada. Pero la realidad de las fiestas y el alcohol lo absorbía, así que terminaba escribiendo cuando tuviera tiempo, sin detenerse, y produciendo una gran cantidad de palabras para compensar el tiempo perdido.
Sylvia Plath: Al inicio de su vida, la escritora intentó de muchas formas en tener tiempo específico para escribir y hacerlo temprano. Sin embargo, solo pudo mantener una rutina relativamente estable hasta el final de su vida, cuando vivió separada de su esposo y tenía que cuidar de sus dos hijos. Solía levantarse a las 5 de la mañana y escribir hasta que sus hijos despertaran, y usando sedantes para poder dormir durante la noche. Así pudo escribir la mayoría de los poemas de su última obra, publicados póstumamente.
Claro que hay muchas más rutinas, y muy pocas se parecen, pero no podría hacer caber todas en una sola columna. Antes de dejarlos para reflexionar sobre sus propias rutinas, o falta de ellas, me gustaría hacer una pequeña mención a Herman Melville por haber tenido la rutina que a mi me encantaría: en una granja en Massachussets, dedicando 6 u 8 horas a escribir, y el resto del tiempo a cuidar del gran terreno o saludar y dar de comer a sus caballos o vacas. Hasta la próxima semana y, por favor, quédense en casa.