Ex libris

Hasta hace muy poco hacía lo posible por mantener mis libros casi en prístinas condiciones.

Hasta hace muy poco hacía lo posible por mantener mis libros casi en prístinas condiciones. Sin embargo, más o menos hace un año que decidí era tiempo de conseguirme mi propio ex libris. Claro, podría únicamente colocar mi nombre en las primeras páginas, como solía hacerlo en mi infancia, pero quería algo único, algo como lo que tantos de mis libros usados tenían.

Un ex libris es un sello o una etiqueta impresa usada para indicar a quién le pertenece dicho libro, y cuyo nombre viene del latín “de la biblioteca de” o “de entre lo libros”, dependiendo de la traducción. El primer ex libris del que se tiene registro data de 1480, del sacerdote Hilprand Brandenburg. Usó madera tallada para ‘imprimir’ con tinta negra la imagen de un ángel sosteniendo un escudo en un trozo de papel y después rellenó con color la figura. Incluyó este ex libris en más de 450 libros del monasterio de Buxheim, cerca de Memmingen, Alemania, iniciando así con esta particular forma de arte que evolucionaba de simplemente escribirle el nombre de a quien perteneciera el ejemplar.

Después de eso, la mayoría de los que se podía dar el lujo de tener un ex libris eran aquellos que se podían dar el lujo de tener libros, por lo que por lo que durante el siglo 15 y 16 los ex libris que adornaban los ejemplares ilustraban principalmente el escudo de armas de la familia o algún otro indicador del privilegio del dueño. En el siglo 19, sin embargo, el ex libris tomó popularidad con el resto de la población, y todo amante de los libros quería tener el suyo. Se encargaban ilustraciones de algún símbolo de interés, la ocupación del dueño, su religión, sus ideales, o simplemente un bello paisaje; dichas ilustraciones se personalizaban colocando el título de ‘ex libris’ o su equivalente en el idioma, o algunas veces únicamente el nombre del dueño. Se colocaban en etiquetas que posteriormente serían adheridas al libro, marcándolo para siempre.

Realmente eran obras de arte las encargadas para etiquetar cada uno de los libros de los bibliófilos de la época, únicas como su dueño y como el libro al que irían a parar. Con el paso de los años, la tradición se fue perdiendo, y algunas veces la única forma que tenemos de saber por donde estuvo alguno de nuestros libros es por las marcas que otros dejaron atrás. También así conocemos un poco más de quien fue el dueño.

Tengo una copia de Nuestra Dama de París de Víctor Hugo que compré hace algunos años de algún lote de libros usados. Del libro, por la poca información entre sus páginas, sólo sabemos que fue impreso en Estados Unidos. Sin embargo, lo interesante es el ex libris en su interior. Impreso sobre una etiqueta se observa un árbol en primer plano de lado izquierdo, con algunos árboles al fondo de ambos lados y nubes a la distancia, además de un camino que los atraviesa. Abajo, dentro de un pergamino de papel se lee ‘Mr. and Mrs. Herbert Heyman’, observándose más abajo la leyenda ‘ex libris’ dentro de un libro abierto. La esquina superior izquierda de la etiqueta está levantada, y lo poco que se alcanza a leer debajo de esta es un nombre y una fecha escritos a mano con tinta azul: ‘Betty L […] 12/25/32’.

Los Heyman lo compraron o heredaron después de Betty, y decidieron intentar ocultar el nombre de quién había sido la dueña original. De ella no sabemos si lo compró nuevo o usado, pero sí que lo consideró lo suficientemente suyo como para designarlo como tal. Estoy segura que alguien antes de mi y en algún punto después de los Heyman lo tuvo en su biblioteca, ya que cuando yo lo compré la esquina de la etiqueta ya estaba levantada. Unas páginas después decidí colocar mi propia marca.

En algunos otros libros usados que tengo, definitivamente más mis contemporáneos, colocaron el sello o su nombre impreso directo sobre alguna hoja del libro, y decidí hacer lo mismo. Un perro, despeinado, reposando sobre su espalda, que saqué de algún banco de imágenes antiguas que ya han perdido derechos de autor, adorna el sello que todos los libros que me pertenecen tienen impreso en alguna de sus páginas. Entre su pelaje se lee mi nombre, y la frase ‘ex libris’ cerca de su abdomen. Aunque parece más permanente que solo colocar una etiqueta, algunos libros con ese sello ya se fueron de mis manos, y van a ir a terminar en alguna biblioteca, en las manos de alguien más. En algunos años, quizás, alguien decida cubrir mi ex libris con el suyo propio, y el juego de la pertenencia momentánea comenzará de nuevo.

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