En 2014 en un bosque en Oslo, Noruega, se plantaron 1000 árboles con un propósito específico en mente: talarlos en 100 años. Esto puede sonar contradictorio o inclusive irrelevante, pero la historia no termina aquí. A poca distancia de ahí se abrió al público este año la nueva biblioteca de Oslo, dentro de la cual al subir al cuarto piso se puede entrar a la “Habitación silenciosa”, que recibirá una obra literaria inédita por año y que nadie podrá leer. ¿Cómo se conectan estas dos historias? Por una persona: Katie Patterson.
Patterson es una artista escocesa, quien en 2014 recibió apoyo del ayuntamiento de Oslo y de un programa de arte público para llevar acabo esta visión. La premisa del proyecto es sencilla y ya la he explicado en su mayoría: plantar un bosque que crecerá a lo largo de 100 años, y durante cada año se recibirá un manuscrito inédito de algún escritor o escritora relevante. Dichos manuscritos no podrán ser leídos o discutidos por 100 años, y serán impresos en las hojas que se obtengan de talar dicho bosque. El proyecto ganó popularidad en su inicio ya que el primer manuscrito recibido fue de Margaret Atwood, la aclamada escritora de “El cuento de la criada”.
Yo argumentaría que parte de las preguntas que todo ser humano se hace en algún momento no es sólo hacia dónde vamos, sino también qué dejamos cuando nos vamos. Seguro todos hemos escuchado la famosa frase de las tres cosas que debemos hacer antes de morir: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Todas estas tareas están motivadas por la trascendencia, e invariablemente pueden ser una fuente de paz. En el monólogo momentos antes de su muerte, Alexander Hamilton del musical “Hamilton” se pregunta ansiosamente: “¿Qué es un legado? Es plantar semillas en un jardín que nunca llegarás a ver” y justo esa parece que ser la meta de este proyecto, ya que nadie de los involucrados o de los que estamos vivos en cuanto inicia, lo estará cuando termine.
Hasta el momento, a Atwood se le han sumado varios autores más: David Mitchell, Sjón, Elif Shafak, Han Kang y Karl Ove Knausgard. Aún hacen falta 94 más de los cuales nos iremos enterando los años que vivamos, sin así saciar nuestra curiosidad. Pero además de lo poético de la idea, esa misma curiosidad me hizo plantearme muchas más interrogantes. En parte, me puso a pensar en lo efímero que puede llegar a ser este proyecto si tomamos en cuenta las advertencias constantes de lo que el calentamiento global le hará al planeta, y que si como especie seguimos existiendo para el 2114, quizás la simple idea de talar un árbol sea irreal; o quizás ese bosque ya no exista más.
Además, aunque cada fracción de esta obra de arte está planeada con la minuciosa atención con la que sólo un artista podría, sólo puede existir dentro de un ecosistema aislado y privilegiado como Oslo. Evidentemente, el arte no le debe a nadie el ser necesaria o útil, y no se lo estoy pidiendo; pero un mundo como en el que vivimos, la mera idea de talar árboles para despejar un área en la que puedas plantar árboles que talarás en 100 años parece superficial.
A pesar de lo futil que pueda sentirse, esta obra de arte y su idea me han perseguido por un tiempo. Por un lado, representa mucho de lo que quiero que permanezca: la creatividad, el arte, el libro físico, la literatura, la esperanza y la naturaleza. Se siente orgánico y real, poético y romántico el que en este momento estén creciendo árboles que se volverán libros que nunca podré leer. Esa gran cápsula del tiempo que representa un momento muy particular en nuestra historia, y que seguirá creciendo y adaptándose con los años.
Por otro lado, se siente como un ancla que ata a generaciones futuras a un pasado imaginario, en el que los escritores elegidos representaban únicamente una fracción de lo diverso de nuestro mundo, cuyas obras serán un espejismo de la realidad de tantos. Un poco un bosque de privilegio del pasado, como ilusión de un futuro prometedor en el que las palabras guardadas serán necesarias. Pero nunca me ha gustado juzgar al arte, ya que el arte simplemente es. Sí, 100 años es mucho tiempo, y creo que lo único que podrá ser para ti y para mí, lector, es una estructura simbólica y una idea interesante. Quizás, si decidimos tener hijos podemos esperar que puedan vivir lo suficiente para poder leer dichas obras. O quizás, nos conformemos con plantar un árbol, escribir un libro o… plantar un libro.