Brujas santas

Ninguna figura encarna mejor el juicio pendular de la inquisidora historia que Isabel I de Castilla.

La historia escrita por hombres en general, ha soterrado a grandes mujeres o las dibuja con los tintes extremos de perversas o putas; brujas despiadadas o santas. Desde tiempos de la inquisición a la mujer que se atrevía a salir a escena se le quemaba por bruja, se le torturaba hasta que acongojada confesaba lo que la inquisición quería oír. Tras su muerte, la maldición de la hechicera nunca se hacía realidad, entonces la iglesia católica ganaba una pobre Santa.

Busquemos pues revisitar la historia de tres mujeres hispanas que a pesar de la época que les tocó vivir fueron célebres y aún hoy son recordadas.

Isabel La Católica

Ninguna figura encarna mejor el juicio pendular de la inquisidora historia que Isabel I de Castilla. Por un lado se le señala “Condenó a la hoguera a más de dos mil personas y el olor a carne quemada llegó a ser asfixiante. En 1492, tomó la decisión más contundente: expulsó al pueblo judío, que llevaba ahí más de 1500 años”. Claro que también gracias a ella y al apoyo que le dio a Colón se logró uno de los descubrimientos que más han cambiado el rostro de la Tierra: el descubrimiento de América. Por otro lado se le reza:

Padre Todopoderoso que en tu bondad infinita hiciste de Isabel la Católica un modelo de jóvenes esposas, madres, líderes y jefes de gobierno, concédenos la gracia de ver tu infinita majestad glorificada en su propia canonización.

Ésta es una de las oraciones oficiales para implorarle al mismísimo dios que Isabel I sea canonizada, sin embargo el proceso se interrumpe en 1991 justo por la expulsión del pueblo judío y por el peso de la inquisición. Sin embargo, su estampita se reimprime por millones desde hace 44 años. Fue durante el Franquismo que se quiso hacer santa a la antigua reina, por tanto ha quedado como un recuerdo negro del franquismo, a quién además se le juzga por aniquiladora de nuestros indigenas.

Pero Isabel no es ni santa ni bruja, es tal vez demasiado humana. Su fervor religioso, difícil de entender en nuestros días y su estratégica inteligencia que la llevaron al trono la emparejan más con un político o empresario deseoso de poder. Carlos Fuentes en El espejo enterrado afirma que “Isabel la Católica supo entrelazar el poder y el ser mujer de forma tal, que sus actuaciones en el ámbito de lo privado pasaron a ser intervenciones con claro sentido político. Sin el Descubrimiento de América el mundo no sería lo que es”.

La España contemporánea, Latinoamérica, el mundo entero sería distinto sin su gestión. Ella reorganizó el sistema de gobierno y la administración, centralizó gestiones que antes ostentaban los nobles; reformó el sistema de seguridad ciudadana y la propia economía para reducir la deuda que el reino había heredado de su hermanastro Enrique IV, a quienes dicen las malas lenguas le arrebató el trono. Quién iba a decir que Enrique, sintiéndose amenazado por otros conspiradores llamó a sus hermanos Felipe e Isabel para que le apoyaran y Chabela le pagó con una traición.

La heredera al trono era Juana, la hija de Enrique, quienes los rumores decían era fruto de la infidelidad de la mujer del rey con Beltrán de la Cueva, noble al servicio de Enrique IV. Los chismes algo de verdad guardaban puesto que Isabel, de 17 años, logró pactar con su hermano “el impotente” y le robó la corona a sus sobrina “La beltraneja”.

Antes de este arrebato, Enrique había dispuesto a Tomás de Torquemada como confesor de Isabel. Ella le guardaba mucho respeto y cariño, así que su sentimiento radical en contra de los “impíos” explica su reacción intolerable contra judíos, árabes y todo aquél que renegara del nombre de Dios.

Sin embargo, los reyes católicos, tras ganar la guerra de Granada, expulsar a los judíos de sus reinos y, años más tarde, también a los musulmanes, unificaron su reinado y solidificaron una lengua que es hoy el segundo idiomas más hablado en el planeta detrás del mandarín.

Fue realmente la reina Isabel quien concedió el apoyo a Cristobal Colón para conseguir las 3 carabelas que le llevarían a descubrir que había un nuevo mundo más allá de la Finis Terra. Isabel vivió 53 años, de los cuales gobernó 30 años como reina de Castilla y 26 como reina consorte de Aragón al lado de Fernando II.

Colón e Isabel eran más o menos de la misma edad, ambos con grandes ambiciones, los imagino como una moderna monarca segura de sí misma y a él como un emprendedor de gran tesón que pasó 7 años pitchando (https://youtu.be/TGA7VpqhsK4) su proyecto entre diversas cortes, hasta que logró llegar al corazón de la católica. Colón quería hacer el viaje para buscar mejores rutas s para alcanzar Catay y Cipango y tras su fracasado intento por convencer al rey portugués consigue contactar con los Reyes Católicos, para presentarles el proyecto, pero como los Reyes estaban en plena reconquista de Granada no se interesaron por el proyecto. Isabel, sin embargo, siempre demostró curiosidad por el proyecto, además de quedar prendada con un fuerte argumento que Colón esgrimió: en las nuevas tierras esparciría la fé cristiana. Así que Isabel convoca un nuevo consejo que nuevamente rechaza la odisea, pero la terca, convence a Fernando y da el apoyo a Colón para que realice su viaje.

El hallazgo insospechado de América supuso una revolución cultural, alimentaria, política, en fin, la mano dispuesta de esta mujer posibilitó que el mundo no volviera a ser nunca el mismo. Ni la expedición de Elon Musk a Marte supone la trascendencia que, en 1492, supuso aquél grito (mucho se discute quién lo dio, pero nos quedaremos con la tradición) de uno de los hermanos Pinzones: ¡Tierra a la vista!

Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada

Ella sí llegó a Santa, se trata de Santa Teresa de Avíla o Santa Teresa de Jesús. Aquella que vivía sin vivir en sí, esperaba la muerte ara unirse con su amado, ese Jesús que la hizo suya tras múltiples arrobamientos; sólo dios sabe lo que es capaz de hacer el deseo.

De niña soñaba ser caballera andante, igualito que el Quijote, se pasaba leyendo aventuras de eso super héroes de entonces. Conmovida como Alonso Quijano convenció a su hermano Rodrigo de escapar de casa para irse de cruzados a matar moros. Se dice que llevaron algunas provisiones y, el plan era que cuando se casaran pedirían limosna. Su tío, Francisco Álvarez de Cepeda, los encontró y los regresó a casa.

Teresa de Ávila no asistió a la escuela, no era propio de las mujeres de su clase y de su tiempo. Pero eso no le impedía leer y sentir atracción por escribir. “Comencé a pintarme y a buscar a parecer y a ser coqueta”, escribiría más tarde. Su padre desaprobó la actitud así que la internó en un convento, una grave enfermedad la devolvió a su casa. Se enfrentó a épocas de crisis y de de grandes dudas religiosas. Pero a los 40 años no dudó más y “se entregó al Señor”. En lo personal pienso que era una mujer tan apasionada que sublimó esas pasiones y las tornó “visiones místicas” y a su tesón y energía lo convirtió en un gran proyecto emprendedor de fe que la llevaría a fundar más de 33 conventos carmelitas por toda España.

Su espíritu revolucionario la llevó a reformar la Iglesia, no creía en la opulencia y excesos de la Iglesia que olvidaba la humildad y el servicio espiritual. Junto con su colega y poetas como ella Juan de la Cruz crearon una orden que se dedicó a la contemplación. Hoy estarían ambos muy de moda, pues su viaje fue el del autodescubrimiento, pasaban horas meditado en busca de acercarse a lo divino, ejercicios espirituales y literarios que suponen un camino de elevación. No cabe duda de que Teresa era una aventurera que exploró las moradas del alma y aunque no tuvo ocasión de venir a America, soñaba zarpar para evangelizar al Nuevo Mundo.

Juana la Loca

Si Juana viviera, seguro nos hubiera acompañado a la marcha feminista del 8 de marzo. Era otra mujer fuera de época, leía en griego, hablaba fluidamente francés y tañía con cierta corrección varios instrumentos. Era legítima sucesora al reino de Castilla, debido a la muerte de sus hermanos Juan e Isabel. Su madre y todos los ambiciosos hombres de su vida, léase padre, marido e hijo, conspiraron para que jamás ejerciera el poder. A partir de 1509 vivió encerrada en Tordesillas, por orden de su padre, Fernando, luego por orden de su hijo, el rey Carlos I ó V, según de qué parte del mundo se le mira. Como pueden ver se trata de una mujer hipermaltratada.

Primero se ganó la animadversión de su madre porque Juana no tenía la fé de su católica madre, rehuía la confesión y las visitas a misa. En 1496 su matrimonio fue arreglado con su primo tercero Felipe el Hermoso, archiduque de Austria, duque de Borgoña, Brabante y conde de Flandes. Ambos eran guapos, así que al conocerse se generaron chispas de deseo. La verdad es que se gustaron mucho y muestra de ello fueron sus 6 hijos.

Como dice una canción: los muchachos del barrio la llamaban loca. Sin embargo, el obispo de Córdoba, la tuvo por «muy cuerda y muy asentada». Otro testimonio asegura que: «En persona de tan poca edad no creo que se haya visto tanta cordura». Eso era en 1501 cuando la muchacha había cumplido veintiún años, pero cuatro años más tarde ya empezaban las dudas sobre su estabilidad emocional. Como dijimos antes, su sanidad fue primero señalada por su madre dado su poco rigor religioso. Fue duramente enjuiciada por querer amamantar a sus propios hijos y no querer emplear nodriza. Por lo que podríamos considerarla creyente dela liga de la leche.

Su falta de cordura tal vez era causa de los celos, es que Felipe era muy mujeriego y un terrible maltratador, tanto físico como psicológico que «trataba a Juana como cautiva, en que no le dejaba ver sino a quien él quería», dice Pedro de Torres. Felipe el Hermoso encargó al tesorero de la reina Martín de Moxica que anotara en un diario las extravagancias de Juana. Cuando ya ocupaban un volumen considerable, lo envió a los Reyes Católicos. Muerta su madre, su esposo y padre se aprovecharon de esa “locura” para incapacitarla y reinar en su nombre. El problema de Juana es que era rebelde.

Algunos historiadores consideran que era bipolar pero lo que no podríamos negar es que terminaron por volverla loca debido al aislamiento en una corte extraña y lejana. Tenía episodios depresivos, mostraba notable hipersexualidad con fases de calma en las que recuperaba la cordura. Su confesor fray Tomás de Matienzo se escandaliza cuando, al intentar restarles importancia a las infidelidades de su esposo, Juana le argumentó que las aceptaría si ella tuviera el mismo derecho de hacer lo mismo. Su machista confesor, escandalizado, escribe a los reyes que su hija tiene «el corazón duro y crudo, sin ninguna piedad».

Juana era de esas mujeres que aman demasiado, estaba muy enamorada de su marido. La imprevista muerte de Felipe acentuó su locura. Siguiendo la costumbre de las casas reales, hizo embalsamar el cuerpo de su rey, y lo llevó a sepultar a Granada.El cortejo deambuló ocho meses entre Torquemada, Hornillos y Arcos, huyendo de la peste que asolaba la región. En una ocasión llegaron a un convento de monjas, Juana, celosa de que el cuerpo de Felipe yaciera entre jóvenes vírgenes, «mandó que sacasen el cadáver durante la noche, a campo descubierto, a cielo raso, y lo velaron a la débil luz de las hachas que apenas si dejaba arder la violencia del viento» (Pedro Mártir de Anglería).

Este último acto terminó por condenarla. El rey Fernando, decidió encerrar a Juana en una casona de Tordesillas, vigilada por sirvientes que estaban autorizados a «darle soga», o sea, a maltratarla, y decidió que su nieto Carlos sería su heredero. Tordesillas fue la prisión de Juana por cuarenta y seis años, hasta su muerte. Al principio estuvo acompañada por Catalina, su hija , al crecer, marchó para casarse y la pobre reina loca se quedó sola el resto de su vida.

El jesuita Francisco de Borja señaló, muy sensatamente, que los problemas mentales de la reina podrían proceder del maltrato y del encierro en que vivía. Los románticos hicieron de Juan una loca de amor que inspiró poemas, cuadros y hasta cantos de amor.

Revisitar la historia de mujeres del pasado es una forma de obligación que nos permite reconsiderar con el prisma de la modernidad que fueron víctimas de la incomprensión de un mundo patriarcal.

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