La boda del teniente

Los mayores acontecimientos de mi vida se dieron casi al mismo tiempo.

¿Podría ser más feliz?  Los mayores acontecimientos de mi vida se dieron casi al mismo tiempo.  Prueba que Dios está de nuestro lado.  Bien lo dijo ayer el padre durante su bello sermón, cuando habló de la vocación, militar o religiosa, que nos hace ser conductores de la sociedad.  Me gustaron mucho sus palabras a Angélica acerca del papel de la mujer, soporte y apoyo de su esposo, de la familia.  “Amar y callar, noble tarea”, sí señor.  Hoy mismo tendrá que empezar a practicar su sacrificio… ¡pobre!; no sé si despertarla o dejarle una nota.  No, por escrito, nada.  Seguramente va a derramar algunas lágrimas, así son siempre las mujeres.  ¡Qué bella se ve dormida! Y ayer, de novia, parecía un hada.  Si supiera cómo decidí conocerla, cuándo supe que era la mujer que yo quería para madre de mis hijos…Nunca podré decírselo.  Ante ella, como ante cualquier civil, soy un oficial con tareas administrativas.  Es secreto de estado el tipo de estudios que realicé en el extranjero; lo es también el entrenamiento práctico en aquel lugar del trópico.  No sabrá que nuestro encuentro afuera de su escuela no fue casual, que me enamoré al mirar aquella fotografía, encontrada en el bolsillo de un presunto guerrillero.  Aproveché el interrogatorio para saber más sobre ella.  El infeliz me obligó a excederme un poco: se negaba a hablar de la chica.  Tuve que desaparecer al tipo y también su expediente para que nadie pueda ligarla con la resistencia.

Angélica me habló de un novio ingrato la primera vez que salimos.  Le dije que no la merecía alguien que la abandonaba tanto tiempo.  La convencí de la necesidad de alguien seguro, confiable, un hombre cabal.  Y de eso estoy cierto, es todo lo que necesita una mujer: un buen esposo, una casa, hijos que me encargaré de hacerle.  Con eso tendrá el tiempo y la mente ocupada para olvidarse de revoltosos y de ideas locas.  Además, el caos va a terminar hoy en este país.  Por eso tendré que dejarla sin luna de miel, por el deber y la fidelidad, por la paz y el orden.  Me dio la instrucción el capitán cuando se acercó a felicitarme, después de la ceremonia.  “¡Cómo te quiere el general!  Te permitirá tener noche de bodas, los demás estaremos ya encuartelados, pero debes presentarte antes de las 05”.  Tuvieron que adelantar unos meses la toma del poder debido a las declaraciones que le exprimí al fulano ése.  No podemos dejar que se nos adelanten con otro brote más, o ya será difícil controlarlos.  Con estos políticos feminoides, sus diálogos y su tapadera de información; nadie se cree, más que ellos, que los guerrilleros son de mentiras, que los acuerdos ya funcionaron y no sé cuánta madre más.  Llegó la hora de poner fin a todo esto, más ahora que voy a traer hijos a la patria.

Angélica

Quiero dejar de llorar y no puedo.  ¿Cómo hacen estas cosas? ¿No tienen sentimientos?   Encerrada aquí en vez de estar camino a la playa.  Elegí a Luis, decidí sacar de mi mente a Rafael para no estar sola, para que no me plantaran nunca más como él lo hizo. Me molestaban sus misteriosos amigos y reuniones a las que yo no podía asistir.

“Serán sólo dos o tres días”, me dijo mi esposo llenándome de besos, vestido con su uniforme de gala, tan guapo, igual que ayer en la boda.  Parece sacado de una juguetería.  Así se veían todos sus amigos haciéndonos valla a la salida de la iglesia; formaron un puente con sus sables, como en las películas, sin mover ni una pestaña aunque mis amigas los bombardeaban con arroz.  Sólo me hizo falta Marta, creí su amistad a prueba de todo, pero su aversión a los militares pudo más que su cariño por mí.  ¡Cuánto discutimos desde que le presenté a Luis!  Peor se puso al enterarse que dejaría de estudiar.  Me gritó que sólo lo hacía por despecho, pero que el precio que iba a pagar no lo imaginaba siquiera.  “No te casas con un hombre, te casas con todo el ejército y allí las mujeres sólo son sirvientas e incubadoras.  No puedo ser testigo de tu suicidio”.  Y no fue, a pesar de lo mucho que le rogué.  Le aseguré que Luis era bueno, me trataba con una caballerosidad y delicadeza que no había encontrado en nadie.  “No sabes nada de él, ni lo sabrás aunque lleves treinta años de casada, así son”.  ¡Qué exagerada! Luis me platica todo, sobre su trabajo, sus ideales.  Sí, vale la pena el pequeño sacrificio, ¿qué son dos o tres días en una vida?  No seguiré llorando, tengo que demostrar mi valor y mi fuerza con silencio.  Ocuparé el tiempo en algo útil.  Voy a arreglar los armarios, desempacar todas sus cosas para sorprenderlo cuando vuelva.

¿Qué?  Esta foto mía, arrugada y con manchas de sangre… Es la que regalé a… ¡No puede ser!

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