Aunque son miles de razones, creo que puedo resumir fácilmente la razón más importante por la que leemos: las palabras. La forma en que cada autor mezcla y entrelaza las letras disponibles en el abecedario para evocar sentimientos, comunicar ideas, describir lugares y personas, declarar guerras y construir o destruir civilizaciones enteras. Es lo más cercano a la magia que tenemos, y por eso es que de un tiempo para acá me importa más cómo se cuenta la historia que lo que cuenta como tal.
Creo que lo que más fielmente distingue la literatura que disfruto de la que no, es qué tanto te muestran y qué tanto te dicen. Anton Chekhov escribió en 1886 en una carta: “Asegúrate de no hablar la mentalidad de tu héroe. Hazlo claro por sus acciones”, y coincido con Chekhov. Las historias en las que el autor me dirige con palabras hacia donde quiere que vea o lo que quiera que interprete de alguna situación me parecen poco interesantes. Al final del día, busco en un autor la creatividad para usar esa magia en la escritura para lograr que su intención se entienda.
Sin embargo, ¿qué pasa con las historias que giran alrededor de la mentalidad del héroe o personaje principal? En general clasifico las historias que leo en tres categorías dependiendo del enfoque que tengan. Pueden estar enfocadas en la trama, en alguna idea o en un personaje. Todas estas opciones pueden estar escritas de forma espectacular, pero la que sigo prefiriendo todos los días son las historias centradas en los personajes. Muchas de mis historias favoritas recaen en esta categoría y puede que no pase mucho en la historia, o que simplemente el autor quiera mostrar las tribulaciones del personaje, sus debilidades y fortalezas, y que algún elemento de la trama sea la chispa que inicia la corriente de conciencia.
Milan Kundera escribió alguna vez: “Los personajes de mis novelas son mis propias posibilidades no realizadas. Es por eso que los quiero a todos por igual y me horrorizan por igual. Cada uno ha cruzado una frontera que yo mismo he eludido”. El valor que encuentro en las historias en las que los personajes son lo más importante es justo lo que Kundera señala. Mi necesidad de ver otras personas, otras formas de ver el mundo, de reaccionar, de pensar y de sentir. Más que las aventuras, más que las tramas complejas, los valles lejanos, los mundos nuevos, la lectura me permite mirar al fondo de otros seres humanos que, aunque ficticios, fueron construidos con tal certeza y profundidad que sus experiencias muchas veces son inspiración para las decisiones que tomo.
Un buen autor puede hacer magia con el formato que sea, con palabras limitadas o con una trama inexistente. Pero muchas veces, lo que sobrevive a los autores y se recuerda en el imaginario colectivo no es la hermosa forma en la que tejió las palabras o la historia que quería contar, sino sus personajes, creados de la nada, y cuya vida y motivaciones inspiran a otras personas o a otras historias.