La buena literatura nunca es transparente

Cualquiera pueda contar una historia, el talento real recae en la construcción de mundos y realidades.

Ya escribí en columnas previas sobre la belleza de las palabras en la literatura, y la búsqueda implacable del lector por la creatividad de un autor para reacomodar las palabras de forma única. Sin embargo, la belleza y cadencia de las palabras no lo es todo, la inteligencia del escritor forma parte importante del juego, y saborearla como lector es un gran placer. Hay que saber escribir de forma que lo que quiero expresar se plasme completamente en las páginas, y mi meta se cumpla. Esto, aunque parece sencillo, es un talento único de los grandes escritores que figuran en nuestros libreros: la buena literatura nunca es transparente.

Cada autor puede llegar a la misma conclusión siguiendo un camino diferente, y ciertamente no hay forma detallada de calificar una forma como la preferente. Pero hablemos un poco de caracterización, no importa si es de un personaje, lugar o situación. Hay autores que usarán cientos de palabras en descripciones minuciosas, en detalles en apariencia no útiles para avanzar la historia, pero que por su parte intentan jalar al lector al mundo o situación descrita. Hay autores que podrían decir lo mismo en unos cuantos enunciados, pero no por elegir las descripciones prolongadas significa que el autor carece de profundidad.

Para agregar un nivel más de dificultad, la clase de texto que se esté escribiendo influye mucho en cómo busca el autor hablar su verdad. La extensión de un cuento y una novela los separan abismalmente de lo que puede o no pasar un autor describiendo su ambiente, las acciones, los pensamientos o las situaciones. Pero aún sin tener límite en la longitud, el autor tiene que decidir cuánto tiempo es necesario pasar en cada momento, qué tanto es relevante que el lector sepa.

Aunque todo esto es importante, son los hilos que el escritor movió detrás de lo escrito lo que realza la lectura, independientemente que no se perciba textualmente en lo leído. Cualquiera pueda contar una historia, el talento real recae en la construcción de mundos y realidades. Es palpable, al leer, cuando el autor tiene control absoluto de lo que pasa dentro de su creación. Se vuelve, indudablemente, omnipotente en su propia historia, su perspectiva inunda las páginas y cada palabra cae sobre la hoja con el peso de la historia que sostiene detrás.

La buena literatura nunca es transparente. Puede sentirse sencilla, sin palabras rimbombantes o complejidades académicas, pero nunca traslúcida. Requiere de tu completa atención para desenlazar las ideas propuestas, las escenas descritas, el origen de la idea. Se sienten las capas en la profundidad de lo leído, y la historia contada te envuelve con la complicidad de que eres tan parte de lo leído como el autor mismo. Tu participación pesa tanto como cada palabra, y la historia pasa a volverse para de tí. La trascendencia de un texto, entonces, va más allá de su belleza.

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