La única salida es no intentarlo

Así que decidí dejar de intentarlo.

Sucede un fenómeno muy curioso cuando la mayor parte del tiempo libre lo destinamos a leer libros y llega el temido momento de no tener ganas de leer. Habían pasado años desde la última vez que había tenido un ‘reading slump’ como este, pero es cien por ciento mi culpa. A principio de año me puse la meta de leer por lo menos dos libros por mes, y sucedieron varios eventos durante el año que me permitieron leer mucho más de lo esperado.

Primero que nada, continúo trabajando desde casa y parece será indefinido, eso significa que me asenté más en la idea de organizar mis días para no tener que incluir el transporte de ida y vuelta, y poder leer durante el desayuno, comida y cena sin la prisa de tener que salir corriendo. Segundo: descubrí mi amor por los audio libros y libros electrónicos, y eso significó más opciones para leer en todo momento. Esto, aunado al hecho de que me acerqué más a libros cortos, me hizo alcanzar mi meta de lectura aproximadamente a mitad de año. Para ese momento estaba leyendo a la vez un libro electrónico, uno de no ficción y otro de ficción en físico y por lo menos un audio libro.

No es de sorprenderse que para el momento en que mi cerebro razonó que ya había cumplido con mi meta del año, ya no era necesario ahogarme entre letras a cada segundo del día, y decidí invertir mi tiempo en otros hobbies. Me incursioné en la arcilla y el grabado, invertí más tiempo en hacer ejercicio y en ver televisión, y no me apresuré a la hora de prepararme la comida, dándome la libertad para idear platillos más complicados y que requirieran de más de mi atención. Mientras hacía todas estas cosas también podía escuchar algún audio libro, pero elegía únicamente alguno de no ficción o que fuera fácil de interrumpir a cualquier momento.

Por más que quisiera, por más interesante que fuera la historia del momento, no me apetecía para nada siquiera tomar el libro entre mis manos. Me pasé buena parte de julio así, queriendo conocer las historias pero sin querer hacer el esfuerzo de separar tiempo de mi día para sentarme a leer. Por más que disfrute escuchar un audio libro, no puedo concentrarme del todo en una historia de ficción complicada como las que disfruto mientras hago alguna tarea mundana mismo tiempo, y si me siento a escucharlo sin hacer nada más me quedo dormida. Entonces llegó septiembre y decidí intentar las estrategias que siempre me funcionan, como elegir un manga o alguna novela gráfica en vez de un libro extenso, escoger algún libro de cuentos o con pocas páginas, pero nada me funcionó.

Después de todo caí en cuenta de la razón principal por la que no me apetecía en lo absoluto levantar ningún libro y perderme entre las páginas, y es que llevaba medio año presionándome para superar mi meta. Como cualquier hobbie, la lectura requiere tiempo, y por más que nos cause placer, si no se hace el esfuerzo para encontrar el momento adecuado siempre va a haber algo más importante o fácil que hacer. Con más peso aún está el hecho de que si hay presión de por medio, de cualquier forma, el objetivo del hobbie se pierde, y comienza  ser estresante más que relajante. ¿Quién necesita otra responsabilidad más?

Así que decidí dejar de intentarlo. Guardé los libros que se quedaron apilados en mi buró, y dejé la decisión de qué hacer en mis tiempos libres a mi yo de cada día. Uno de esos días, sin pensarlo mucho, retomé un libro que tenía a medias y lo terminé esa misma tarde, y después no leí el resto de la semana. Ya me había prometido esto, pero es más fácil decirlo que hacerlo: tengo que mantener el balance entre separar tiempo para lo que me gustaría hacer pero permitirme la espontaneidad de decidir lo que más me apetece en el momento. Además, por más divertido que me parezca al principio del año ponerme una meta, también debo conocerme lo suficiente para saber que eso solo va a presionar a mi parte competitiva para ganar antes de tiempo, y realmente no es necesario. Si la lectura es algo que disfruto tanto, ¿para qué presionarme?

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