Leer a todo color

Leer sobre nosotros mismos es reconfortante.

Para el propósito de leer mejor, podemos entrar a una librería y buscar los nombres de los autores que nos ofrecen al entrar. ¿Cuántos de ellos son completos desconocidos? ¿Cuántos de ellos son mujeres? ¿Cuántos de ellos tienen nombres difíciles de pronunciar? ¿Portadas sin elogios? Revisar el periódico y buscar los libros recomendados. Vaya, inclusive buscar en nuestra propio librero puede ser un problema. ¿Qué visión del mundo, complejo como es, nos ofrece lo que leemos?

Leer sobre nosotros mismos es reconfortante. Nos ayuda a crecer, a construir nuestra identidad y a portarla con el peso de no estar solo. Pero, como escribió alguna vez Ursula K. Le Guin “Nunca conocí a nadie que pensara que la vida es sencilla. Creo que la vida o el tiempo parece sencillo cuando dejas fuera los detalles”. Y en vernos únicamente a nosotros mismos, dejamos fuera los detalles que la enriquecen y la hacen compleja, solo porque es más fácil.

Al pensar en autores y libros importantes, es normal que pensemos primero en todos aquellos hombres blancos cuyos libros se siguen pronunciando como clásicos. El canon del hombre blanco no sólo se refiere a aquellos realmente caucásicos, sino a los que su sexo, piel, condición social, religiosa o educativa no fue un detractor para que su creatividad fuera amada por millones. No hay que dejar de leerlos, pero hay que buscar y celebrar a todos aquellos autores que no tuvieron esa ventaja. Autores cuyas opiniones, contexto, país, idioma, perspectiva y experiencias son tan diferentes, que nos señalan la complejidad, nos quitan la comodidad y nos ofrecen un par de ojos distintos con qué ver el mundo.

No se trata de mimetizarse con el otro, sino de poder verlo con claridad y ver en lo que nos rodeamos reflejada la realidad de nuestra diversidad.  No sólo le damos así la oportunidad a otros de verse reflejados en las historias que todo el mundo consume, sino también nos damos la oportunidad de crear puentes donde antes no los había. Para algunos, desentona el leer o ver historias en donde el personaje principal no es el de siempre, sino una mujer, alguien homosexual, negro, un judío o todas estas cosas juntas. Se siente forzado y no real, pero únicamente porque el canon es otro, no porque realmente no refleje la realidad.

La tolerancia es la bandera con la que nos motivan a respetar las diferencias, que en algún punto de nuestra infancia se hacen presentes. Construimos nuestra identidad en contra del otro, y esperamos que apelar al conocimiento de que hay otros diferentes a nosotros sea suficiente. Pero evidentemente, no lo es. La tolerancia se presenta como una obligación, cuando la diversidad debería ser buscada y deseada. Todas las historias ya están ahí afuera, esperando que las encontremos y las hagamos nuestras, y que dejemos de querer simplificar la vida.

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Fany Ochoa

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