Libros para niños

Cuando somos pequeños es normal ver a los adultos y desear poder ser como ellos.

Cuando somos pequeños es normal ver a los adultos y desear poder ser como ellos. La libertad es lo que nos atrae y nuestros juegos muchas veces son el simular las posibilidades y fingir que somos tan grandiosos como nos imaginamos llegaremos a ser. Sin embargo, persiste la inocencia y la felicidad del juego. Hay magia en cada momento, todo es posible y es común rodearnos con toda la parafernalia hecha para nuestra diversión. Poco a poco, sin embargo, mantener la inocencia de la niñez empieza a resultar vergonzoso, y al entrar a la adolescencia la necesidad de encajar nos hace querer olvidar por completo que en algún momento imaginamos que todo era posible.

No más caricaturas, cuentos o fábulas, no más juguetes coloridos o canciones divertidas. Es sano, claro, que nos desapeguemos de la infancia y sigamos avanzando, pero pocas veces nos sentamos a contemplar todo lo que se pierde. La adolescencia pasa demasiado rápido, a mi parecer, como para poder intentar que tenga sentido. La mayoría de edad llega de repente y, de un momento a otro, las responsabilidades se apilan en nuestras manos. Queda poco tiempo al crecer para buscar en la memoria las bondades de nuestra infancia.  Aquí es donde puedo compartir un pequeño secreto: rescatar ese detalle de nuestro pasado que podemos seguir exprimiendo para mantener pequeñas explosiones de esperanza es necesaria para ser un adulto funcional. En mi caso es leer libros para niños.

C. S. Lewis escribió un ensayo titulado “Tres formas de escribir para niños”, en el que señalaba que “los críticos que tratan a ‘adulto’ como un término de aprobación, en lugar de un término meramente descriptivo, no pueden ser adultos por sí mismos. Preocuparse por ser adulto, admirar al adulto porque es adulto, sonrojarse ante la sospecha de ser infantil; estas cosas son las marcas de la infancia y la adolescencia. […] Cuando me convertí en hombre, dejé de lado las cosas infantiles, incluido el miedo a la infantilidad y el deseo de ser muy adulto “. Lo cito en particular para los que desde la adolescencia no han dejado de rechazar todo lo infantil o que les recuerde a esa efímera etapa inicial de la vida, cuando debería ser lo contrario.

Disfruto la nostalgia, pero puedo hacer poco con ella. Cada vez, sin embargo, que leo un libro para niños revivo una y otra vez la misma sensación de estar a las 2 de la mañana aún leyendo, en secreto, con una almohada cubriendo la rendija de mi puerta para que mis papás no vean que mi luz sigue encendida. Dormir con magia y despertar creyendo que existe, vivir cien vidas sin salir de mi cuarto, e imaginarme en situaciones que aún no me han tocado vivir. Pero ese sentimiento también puede ser efímero sino se le ancla con algo. La razón principal por la que continuamente busco y leo libros escritos para mi yo del pasado es porque me devuelven la esperanza.

Es difícil no caer en el cinismo conforme crecemos. La vida siempre ha sido dura, pero si tuvimos suerte no tenemos que enfrentarla hasta que estamos un poco más grandes. Es entonces que la amargura de la adversidad y las tragedias vividas y por vivir nos vicia, y ya nada sabe igual. Por eso recurro a un libro escrito para alguien con toda la inocencia y cuya falta de prejuicio le deja aprender de lo que sea. No sólo por la felicidad de recordar tiempos más fáciles, sino porque me dan esperanza. Cuando los leo recuerdo por qué sí vale la pena esforzarse día a día por hacer las cosas bien, por no perder la bondad y la inocencia, por mantener la curiosidad y la creatividad. Dostoevsky dijo alguna vez que “el alma se cura al estar con niños”, y yo le creo. Pero también creo que la segunda mejor opción es evocar un poquito de nuestra propia infancia, sea como haya sido, y tratar de proteger y honrar a nuestro yo de hace unos años, leyéndole un cuento de vez en cuando.

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