En 1939 J. R. R. Tolkien escribió un ensayo que presentó en una universidad escocesa en el que enunciaba que la“fantasía es una tierra peligrosa, con trampas para los incautos y mazmorras para los temerarios. […] Ancho, alto y profundo es el reino de los cuentos de hadas, y lleno todo él de cosas diversas.”. Siendo Tolkien uno de los nombres más reconocidos en la literatura fantástica, era de esperarse que supiera describir lo que los cuentos de hadas nos aportan. Pero en ese punto apenas había publicado El Hobbit y no esperaba que le fuera requerido continuar con la historia. En 1954, sin embargo, publica El Señor de los Anillos y se vislumbra el legado que le dejaría al mundo.
La crítica sobre su trabajo siempre ha sido variada, desde algunos acusando a su prosa de ser de mala calidad, notablemente el poeta Anders Österling, hasta otros como C. S. Lewis quien escribió: “Aquí hay belleza que perfora como espada o arde como el hierro frío. Aquí hay un libro que te romperá el corazón”. Pero independientemente de la postura de los lectores, la verdadera cara de Tolkien como creador de mundos sería popularizada póstumamente, gracias a su recién fallecido hijo Christopher Tolkien.
J. R. R. Tolkien quería publicar un volumen dedicado a eventos previos a la historia junto con la trilogía de El Señor de los Anillos, pero por la extensión de estos y su particularidad de querer reescribir hasta la perfección cada historia, no lo logró. Además, previa a la publicación de los tres volúmenes, tuvo que editarlos constantemente ya que los publicistas no querían un trabajo tan extenso, con tantos anexos o con títulos tan largos. Al fallecer en 1973, su tercer hijo y albacea literaria se dio a la tarea de juntar los escritos de su padre, interpretarlos y terminar de hilar El Silmarillion, que trataba con toda la mitología que le daba base a sus historias.
Christopher creció con las historias de Bilbo Bolsón, de adolescente opinó sobre el camino de Frodo y el anillo y en la adultez siguió los pasos de su padre en la academia y dedicó su vida a publicar historias olvidadas, tomos enteros de notas y llevar al mundo la mitología, idioma y magia a la que su padre le dedicó la vida, y que nos permitió apreciar el genio detrás de las palabras. El trabajo que hizo con el mundo de su padre permitió que la mitopoiesis continuara hasta la fecha, llevando sus historias hasta la pantalla grande e influenciando a muchos otros en el proceso. Pero la relevancia de sus historias aún es cuestionada por algunos, a los cuales evade el atractivo de las experiencias en la edad media.
La fantasía nos permite observar nuestra propia existencia desde otra perspectiva, nos ofrece consuelo y escape, y le permite al autor ser creador de mundos que nacen de la realidad y que a su vez fluyen hacia ella. Se podría argumentar que cualquier historia puede lograr esto, incluya orcos o no, más cuando la mayoría de las personas consideran al género como infantil y que por lo tanto no necesita del raciocinio de nuestra adultez para entenderse. Pero, el valor que siempre le he conferido a estas historias es que nos permiten pensar en nuestra realidad sin el golpe duro de esta. El mundo con el que trabajaron los Tolkien durante toda su vida es casi igual de extenso y complejo que en el que habitamos, a mi parecer manteniéndose relevante justo por lidiar con los temas que nos atormentan a diario, como la búsqueda del poder, la diversidad, y la responsabilidad que tenemos con la humanidad.
Tomando prestadas palabras de Neil Gaiman, contemporáneo del género: “En el silencio que espera comienza otra canción / nada termina para siempre / a veces la gente escucha / a veces la gente aprende”. Con esto me permito enfatizar la belleza del legado de los Tolkien a la fantasía, y en particular de Christopher Tolkien, quien escuchó, aprendió y no la dejó terminar, esperando que nosotros sigamos con la tradición.