Hace un año escribí mi primera columna dedicada a la generación perdida, principalmente enfocándome en dos de sus autores más famosos: Fitzgerald y Hemingway. No sólo sus libros fueron relevantes y sus nombres siguen tatuados en la historia y son nombrados como parte de los autores más importantes del inglés, sino también su presencia como celebridades. Sus vidas, comentarios, libros y andanzas fueron altamente publicitadas y ensalzadas en vida, pero también algunos de sus errores. Recordamos la figura de Hemingway fuera de sus libros como el macho alcohólico, y a Fitzgerald únicamente como una mitad de la relación tóxica del momento. Pero, ¿lo recordamos como ladrón?
Zelda Sayre tenía 18 años y Francis Scott Fitzgerald 21. Cuando se conocieron, la conexión fue inmediata, y Fitzgerald no tardaría en intentar casarse con ella, pero Zelda se negó hasta que publicara su primera novela. El advenimiento de Zelda en la vida del afamado autor no pudo llegar en mejor momento, porque la personalidad única de la considerada la primera flapper de Estado Unidos, era más que suficiente para estimular la imaginación del escritor. Es bien sabido que Zelda era su musa, y que los personajes femeninos que escribía estaban basados en ella. Nadie considera la inspiración como un robo, y el papel de Zelda en los escritos de Fitzgerald es claro y respetado, porque al final del día la pluma seguía siendo sincera.
En 1922 se publicaría la segunda novela de Fitzgerald, titulada ‘Hermoso y Malditos’. Un editor del New York Tribune buscó a Zelda para escribiera una reseña del libro, en la cual se leía: “Me parece que en una página reconocí una parte de un viejo diario mío que desapareció misteriosamente poco después de mi matrimonio, y también trozos de cartas que, aunque considerablemente editadas, me suenan vagamente familiares. De hecho, el Sr. Fitzgerald (creo que así es como deletrea su nombre) parece creer que el plagio comienza en casa”. Como con todo en la historia, aquí es donde la historia se pone un poco turbia y es difícil separar verdad de mentira. Unos dicen que su comentario fue una broma, y otros lo toman como la confirmación de que Fitzgerald frecuentemente usaba los textos escritos por Zelda en sus diarios como parte de sus novelas.
Después de publicar ‘El Gran Gatsby’, Fitzgerald no publicó nada más por un rato, mientras Zelda entraba y salía de hospitales psiquiátricos por aparente esquizofrenia. En una de esas instancias, internada sin mucho en qué distraerse, es que la creatividad fluyó y escribió una novela completa: ‘Sálvame el vals’. En cuanto la terminó la envió al editor de Fitzgerald, y cuando el autor se enteró y la leyó otro gran problema comenzó, y es que la novela de Zelda era principalmente autobiográfica y la relación detallada en la historia era reflejo de su pobre matrimonio con el escritor.
Entre las razones confirmadas por Scott para encolerizarse, fue principalmente que la novela en la que él había estado trabajando por casi cuatro años trataba del mismo tema. La novela fue editada por Fitzgerald para, según escriben algunos, eliminar cualquier referencia a él que le pudiera ser perjudicial o que apareciera en su libro, además de no permitir que se le hiciera publicidad. De las poco más de 3000 copias que se imprimieron, sólo fueron vendidas 1392, ganando 120.73 dólares.
Zelda ya se había aventurado al mundo creativo antes de esta novela, como bailarina de ballet y como pintora. Sin embargo, esta decepción fue grande. Fitzgerald presuntamente le dijo que su novela era “plagio, imprudente en todos los sentidos … no debería haber sido escrita […] eres una escritora de tercera categoría y una bailarina de ballet de tercera categoría.” Los intentos de Zelda se detuvieron en ese momento y no escribió nada más. En el 2013, sin embargo, se encontró un cuento de Zelda con el que ganó un premio y que fue publicado en la revista literaria de su preparatoria, titulado ‘El Iceberg’, que demuestra que su proeza literaria no comenzó con Fitzgerald. En ella escribe: “Madre”, decía, “¿es el matrimonio el fin y el objetivo de la vida? ¿No hay nada más en lo que una mujer pueda gastar su energía? […] Si soy una propuesta económica, recurriré a los negocios”.
La vida de Zelda terminó después de la de Scott, mientras esperaba por la terapia de electroshock en el hospital psiquiátrico y se inició un fuego en la cocina. Zelda y ocho mujeres más fallecieron esa noche, pero para ese momento ya a nadie le importaba. Su vida, brillante y fugaz, dejó de ser relevante unos años atrás y el foco público pasó a otras celebridades, con nuevos escándalos y atractivos. Años después, sin embargo, Fitzgerald seguiría siendo recordado como el escritor modelo americano, y su novela más famosa sería leída y releída por muchos.
Las vidas y perjuicios de ambos serían distorsionados por el tiempo, dándoles nuevos rostros, y olvidando a Zelda tras la imagen de la locura y el exceso, olvidando que su vida pública le dio forma a lo que recordamos como los locos años veinte, y su presencia fue, sino copiada, sí necesaria para dar nacimiento a las obras de Fitzgerald que tanto seguimos venerando hoy en día. Me permito terminar ese pestañeo de la vida de Zelda Sayre, después Fitzgerald, para citar a Daisy Buchanan de la novela de su esposo. Estas palabras, como muchas otras, fueron tomadas directamente de los labios de Zelda al tener en brazos a su primera hija: “Está bien, me alegro de que sea niña. Pero confío en que sea tonta… Lo mejor que le puede pasar a una niña en este mundo es ser una hermosa tonta”.