Propaganda parte I: ¿Qué quieres de mí?

Así, años de educación científica me han hecho reconocer la verdad por la posibilidad de que la situación puede cambiar.

He perdido la cuenta de la cantidad de veces que ha llegado un paciente a consulta con un diagnóstico complicado o delicado y he tenido que dar más advertencias que indicaciones. Les suelo decir: “algunas personas le van a dar consejos para que mejore -desde jugos o dietas especiales, hasta pastillas y suplementos. Es importante que entienda que lo hacen con la mejor de las intenciones y probablemente por preocupación, pero todo lo que le ofrezcan como ‘rápido, milagroso o mejor’ que el tratamiento que ya tiene, no es verdad”. La primera vez que pronuncié ese discurso en consulta el paciente me respondió con un: “¿y por qué no va a ser verdad?”, con evidente escepticismo.

Bertrand Russel alguna vez escribió: “Todo hombre de ciencia cuya perspectiva es verdaderamente científica está listo para admitir que lo que pasa por conocimiento científico en este momento seguramente requerirá corrección con el progreso del descubrimiento; sin embargo, está lo suficientemente cerca de la verdad para servir para la mayoría de los propósitos prácticos, aunque no para todos.”. Así, años de educación científica me han hecho reconocer la verdad por la posibilidad de que la situación puede cambiar. Aunque hay verdades científicas con suficiente evidencia para no poder negarlas, del resto sólo tenemos el fugaz “no hay evidencia que lo refute… aún”.

Sin embargo, comúnmente nos enfrentamos no con la posibilidad del error, sino con la afirmación absoluta de que lo que se nos presenta es verdad. A mi paciente le pude haber contestado únicamente que la vida no es así, no es sencilla, ni rápida, ni milagrosa, por más que así lo queramos. Pero la realidad es que la respuesta que le di en realidad se venía germinando casi toda una vida, cuando tuve que responderme esa pregunta a mí misma.

En el 2012, mientras pasaba el rato en YouTube, encontré un video que se haría viral: KONY 2012. Para los que nunca lo vieron, era un video de la organización estadounidense ‘Invisible Children’ que se enfocaba en Joseph Kony, líder de la LRA, quien secuestra y abusa de niños en Uganda para convertirlos en soldados, por lo que pedían el apoyo de todos los jóvenes que vieran el video para, entre otras cosas, volverse los héroes. ¿Cómo? Usando las redes sociales para que celebridades y políticos supieran del problema y empujaran al gobierno estadounidense a que la milicia siguiera buscándolo. Me voy a saltar la parte obvia de la situación, porque para el momento en que yo estaba dispuesta a rogarle a mi papá para que me comprara uno de los Action Kits que vendían para salvar el mundo, pude leer un ensayo que cambió mi perspectiva.

Desde entonces, si algo me hace sentir (tristeza, felicidad, enojo, etc) mi primera reacción es detenerme y preguntarme: ¿qué quieren de mí?, porque una vez que nuestras emociones se ven involucradas es difícil ver con claridad. KONY 2012 fue un video meticulosamente planeado, con una narrativa sencilla de un problema mucho más complejo de lo que parecía. El reducirlo a el bueno, el malo y el héroe nos hace llenar los espacios automáticamente y homogeneizar la experiencia para quien sea que lo vea (y, evidentemente, tomar el lugar del héroe). Sin embargo, para el momento que el video se publicó, Kony ya no estaba en Uganda, los fondos de la organización no se declaraban transparentemente, y se enfocaba principalmente en llevar fuerzas militares extranjeras a una zona de conflicto y precariedad. ¿Suena familiar? La única meta de ese video de 30 minutos era convertir a todos los adolescentes y jóvenes que lo vieran, como yo, en carteleras andantes.

Regresando a mi paciente, quiero plantear un escenario: has estado sintiéndote mal, vas al médico y el diagnóstico es la peor enfermedad posible que puedas imaginar. Digamos que cáncer. ¿Cómo te sientes? Con miedo, enojado, frustrado, vulnerable. Regresas a casa, le cuentas a tus amigos y familia o, más en línea con la época, buscas en internet o en Facebook más información. Inevitablemente de una forma u otra llegas a alguien queriéndote vender un aceite de una planta africana, aprobado por afamados médicos cubanos, y que cura el cáncer. No te quita los síntomas, lo cura. Por completo, fácil, rápido, sin dolor, sin esfuerzo. Mientras lo tomes por cierto tiempo y bajo su tutela. Aquí, aunque es difícil, es cuando tengo que asegurarme que mi paciente se detenga un momento y se pregunte: ¿qué quiere de mi?

Claro, no es difícil argumentar eso mismo hacia el otro lado. ¿Qué quiero yo de él? La desconfianza a los médicos no es nueva, y se sostiene de una mezcla de la falsa idea de que los médicos lo saben todo y de la bastante real idea de que se equivocan, muy a menudo. En ese punto yo no le estaba pidiendo nada al paciente, ni si quiera dinero. Era mi servicio social, el paciente no pagaba nada (ni por la consulta, ni por los estudios, ni por el tratamiento) y no me beneficiaba de ninguna forma que él fuera o no a la consulta. Yo tenía que estar ahí para completar mi servicio social, sí, pero pude haber ido los 365 días ininterrumpidos del servicio sin que ningún paciente se hubiera parado por ahí y aún así me habrían liberado.

Los pacientes se daban cuenta de esto, y si no se daban cuenta se los hacía ver. Siempre ha sido mi política el dejar las cartas sobre la mesa. Pero esto, mezclado con constante educación sobre su padecimiento y empatía, generalmente eran suficientes para que lo intentaran, o por lo menos me lo contaran en la siguiente consulta para yo poderle explicar, por ejemplo, el por qué un jugo de noni no iba a curar el SIDA. No siempre funciona o es sencillo, y hay veces que los pacientes no te dan oportunidad de redimirte o explicar más a detalle, simplemente no regresan.

Hasta el momento mi estrategia de preguntarme qué quiere de mi lo que veo o leo me ha funcionado bastante, aunado a la ciencia que he aprendido, mi criterio y tener a la mano Google. Cuando leo una noticia, libro o veo algún video o documental, estas herramientas me permiten poder discernir, casi siempre, entre lo que es probablemente falso o probablemente real, para poder hacerme una opinión al respecto.

Sin embargo, considerando lo fácil que pueden apelar a nuestras emociones para hacernos pensar o hacer algo, me permito pasar a otro punto. ¿Qué pasa cuando esto sucede a gran escala? Propaganda, eso es lo que sucede. La manipulación de la opinión pública, o de una faceta de esta, para lograr que se perciba un evento de cierta forma, se piense de otra o se haga algo. Esta manipulación está, en su gran mayoría, controlada por aquellos con poder, en particular grupos políticos. Nadie es inmune a la propaganda, y es importante recordarlo. Pero de eso hablaremos la siguiente semana.

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