Sobre los libros en espera

Cuando era pequeña no era tan diferente.

Mentiría si dijera que este año no he comprado ningún libro, porque recuerdo haber pasado por un bazar de libros usados y haberme llevado un pequeño ejemplar de cuentos. Definitivamente ninguno además de ese, lo cual es poco común para mí. Esta Navidad tampoco recibí o compré libros, y antes de eso creo que los últimos fueron cuando cumplí 25. Este año tampoco he recibido ninguno, ni alguna tarjeta de regalo para alguna librería, ni he ordenado nada en línea para que llegue a la puerta de mi casa, a forma de auto-regalo. En retrospectiva, es el tiempo más largo que he pasado sin adquirir libros nuevos y eso me hace sentir en paz.

Cuando era pequeña no era tan diferente. Los libros que leía eran generalmente prestados – de mi mamá, papá, o de mis abuelitos cuando los podía visitar. A veces me prestaban libros en la biblioteca de la escuela, pero poco después ya no fue suficiente. Comencé a pedir libros de regalo de Navidad o de cumpleaños, y tanto mis papás como una de mis tías y mis abuelitos me regalaban algún libro -o libros- que quisiera. Sin embargo, no solían acumularse ya que mi mamá insistía en que regalara o donara a la biblioteca los libros que no leería nuevamente.

El problema comenzó cuando tuve dinero propio. Ahorraba para comprar libros cuando quisiera, y hasta hace poco noté el patrón con el que se regían mis compras. Si algo me preocupaba, me ponía triste, o parecía difícil de solucionar, iba a alguna librería a comprar algún libro que me interesara y eso parecía poner pendiente la molestia. No necesariamente los leía de inmediato, y así comenzó a crecer mi biblioteca personal con libros en espera. El problema empeoró durante los dos años más difíciles de lo que llevo de médico -el internado y el servicio social. Constantemente estaba triste o estresada, y no ayudaba que de camino a casa siempre pasaba por alguna librería. Obviamente no tenía tiempo de leerlos, así que sólo se acumulaban y me daban felicidad momentánea.

Nunca me pareció un problema ya que cuando ya no cabían en mi librero, mi papá me construía otra repisa y podía seguir comprando. Pero mi camino al reconocimiento de mi adicción comenzó cuando decidí mudarme de casa de mis padres. La única forma de transportar los libros era meterlos en maletas y llevarlos al que sería nuestro departamento, apilarlos en el suelo y repetir el proceso unas 10 veces. Si apenas se atisbaba el problema, la situación empeoró evidentemente cuando entre mi ahora esposo y yo ordenamos nuestros libros. Él también es un ávido lector y su pila de libros era del mismo tamaño que la mía, y de libros completamente diferentes. Pero la parte preocupante es que no sólo tenía todos sus libros como posibilidades de lectura, también gran parte de los míos.

Fue más o menos por ese momento, y un poco a regañadientes, que acepté no comprar ningún libro nuevo hasta que leyera los que tengo pendientes, o por lo menos gran parte de ellos. En un inicio fue muy difícil, en particular cuando tuvimos que ver qué libros teníamos duplicados y deshacernos de alguna copia. Pero ya que pasó esta primera parte, fue bastante más fácil. No sólo la idea de deshacerme de libros, pero también de cómo seguir leyendo sin tener que comprar. Aunque en este momento por el aislamiento social no es posible, ya tengo una lista de bibliotecas cercanas a las que quiero ir para revisar el acervo y posiblemente inscribirme, pero también los libros electrónicos y prestados han regresado a ser fuente de novedades -sin olvidar los que ya tengo esperándome.

Creo que a casi todos en algún momento nos ha ilusionado la idea de tener una biblioteca personal enorme, con un cuarto dedicado exclusivamente a la lectura y con nuevos ejemplares siempre agregándose. Pero la realidad casi siempre deja asomar su terrible rostro en mis cavilaciones. Es poco práctico, por lo menos en este momento, pensar en dedicarle las tres paredes de un cuarto a una colección de libros enorme que no tendría tiempo de leer, o que hacerlo requeriría mucho más dinero del que me es posible invertir en algo así. Borges alguna vez dijo: “Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”, y creo que coincido con él. Pero aunque la idea de tener mi propia muestra del paraíso en casa es atractiva, me conformaré con atesorar en mi mente los que ya he leído o ir a algún paraíso público.

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Fany Ochoa

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Una colección, aunque excesiva, no debe ser apabullante o sin sentido, y eso es justo lo que espero.