El color de la pasión

Por fin, una limusina negra, reluciente, se detiene ante la alfombra roja.

Los reflectores habrían alcanzado para alumbrar un pueblo completo. Los elementos de seguridad, para resguardar al Papa en medio de una revolución marxista. Pero nada hay de hostil entre aquellos fans y periodistas que esperan ansiosos la llegada de sus ídolos. Las admiradoras del galán superan por mucho a los varones; sus gritos ensordecedores contribuyen a la atmósfera excesiva que impera en el ambiente.

Por fin, una limusina negra, reluciente, se detiene ante la alfombra roja. Vestido con el uniforme verde de campaña, propio de la época de la legendaria División del Norte, el actor desciende del auto y, de inmediato, ofrece la mano a su esposa, con el caballeroso estilo que nunca ha abandonado. Ella, con un vestido de seda carmesí, luce tan bella como en su lejana juventud. Ha adquirido un aire señorial  que, sumado al brillo de su mirada y a su famosa sonrisa, hace olvidar lo mucho que se han ensanchado sus caderas, resistentes a dietas y tratamientos. Las adoradoras de su esposo no ocultan la admiración, la envidia que ella les provoca, sentimientos condimentados con suspiros, exclamaciones y hasta lágrimas de emoción. Las antiguas porras, aquellas que desesperaran a los adversarios políticos de Enrique durante sus exitosas campañas y mandatos, resuenan en el ambiente: “¡Enrique, bombón, te quiero en mi colchón!” “¡Enrique, cuerazo, contigo me embarazo!”

El maduro galán sonríe e intercambia miradas de complicidad con su mujer. Para ambos, esos tiempos bañados por la adrenalina del poder son un bello recuerdo. Pero ninguno lo cambia por la realización plena que gozan ahora: él, convertido en una estrella de la pantalla, conserva la mejor parte de aquella época sin sufrir las presiones que implicaba una posición de poder político. Ella, hoy directora y productora de cine, encuentra en esta actividad un placer enorme, sin verse obligada a entrar en batalla campal contra los estragos del tiempo.

Todo lo fueron planeando detalladamente; cada vez que conseguían unas horas de intimidad y paz allá en Los Pinos, adelantaban el proyecto Nuevo Atlacomulco. El entonces Presidente nombró una comisión dedicada a investigar y construir aquel ambicioso plan. Nada de mediocridades. Atlacomulco, su cuna, tenía que convertirse en el corazón del país, tal era el juramento que se había hecho desde niño. El primer paso lo dio, como colaborador de su tío, destinando copiosos recursos a su terruño. Poco después, como gobernador de la entidad, se ocupó de hacerlo el centro de una red de carreteras que unían las principales ciudades de los estados circundantes y evitaban el paso por la capital del país. Desde la presidencia de la nación, completó la obra: aeropuerto internacional, tren rápido, un enorme parque de diversiones en las afueras y el centro comercial más grande de América Latina, donde no faltan las exclusivas marcas que son ya parte de su cotidianidad. Luego, el último toque de glamour: un fraccionamiento de primer nivel: Ambaro hills, donde construyó su lujosa residencia y atrajo a los mejores hoteles del mundo. Finalmente, el negocio soñado por la hoy ex primera dama del Estado de México y de la Nación: los estudios cinematográficos que harían palidecer a Hollywood.

Angélica camina por la alfombra roja, del brazo de su esposo. Se siente orgullosa de la película que está a punto de estrenar. La vida del ídolo de su marido, Álvaro Obregón, a quien Enrique admira sobre todos los héroes de la historia nacional. A ella le encanta ese personaje, le parece que su marido tiene mucho en común con él: un gran estratega, quien consiguió la paz para el país al finalizar la Revolución, como su Quique, después de la sangrienta guerra que desató su antecesor contra los cárteles. Pero su tema favorito: Obregón encontró al amor de su vida,  María Tapia, ya viudo de su primera esposa y siendo un personaje importante en la vida política. Esa hermosa mujer lo acompañó en la presidencia y ayudó a que la gente se le rindiera, igual que ella.

Desde que analizó la fotografía del caudillo, notó qué fácil sería hacer que el propio Enrique lo personificara; más después de la ligera estiradita que acababa de darse. Sólo tuvo que mandar a hacer un buen bigote postizo y dejarlo subir unos cuantos kilos. A pesar de actuar todavía con poca soltura, Angélica confió en que lograría el efecto necesario en la pantalla; lo único difícil había sido convencerlo de abandonar su tradicional copete durante la filmación. A la directora le habría gustado que su hija, Sofía, hiciera el papel coestelar, el de María Tapia. Total, ya retirados de la política, el nepotismo no es pecado. Pero no le quedó más que ceder, pues los asesores de Enrique la convencieron de que debía traer a una extranjera famosa, para que la película fuese negocio dentro y fuera del país. Eligieron finalmente a la sobrina de Penélope Cruz, el vivo retrato de su tía y, sin duda, con rasgos afines a la antigua primera dama. Angélica tuvo que reconocer que la joven era perfecta para el papel.

Había trabajado duro, junto con el guionista, para que la obra no resultara un tedioso documental histórico. Hay que ponerle mucha pasión, romance, intriga amorosa, es lo que quiere ver la gente, decía la señora cada vez que revisaban las escenas. Que destile amor, al público nunca le parece demasiado, sostenía, recordando el tiempo en que encarnar a La Gaviota la había lanzado al estrellato.

El título le encanta: “El color de la pasión” habla de todo eso y, además, remite al rojo, color que adoptó desde años atrás como base de su guardarropa, de la decoración de su residencia, porque significa para ella, además del éxito de su marido, el amor apasionado que surgió entre ambos desde la primera cita.

Se detienen casi al final del mullido camino. Por los aplausos a sus espaldas se adivina la llegada de la españolita, la estrella femenina, que está descendiendo de su vehículo. Se vuelven para recibirla. Luce espectacular, con un atuendo de raso blanco, escotadísimo. La falda de su vestido, con una gran abertura y el juego de la tela del talle, dejan entrever la lencería de encaje color grana, a juego con los zapatos y vistosas alhajas de rubí. Enrique la mira, embelesado. La Gaviota se da cuenta de cómo se ilumina también la cara de ella…y recuerda su decisión de soportar la incurable debilidad del marido, el precio que ella decidió pagar a cambio de una vida de película.

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